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Actualizado: 12 de julio de 2025
Y su busto sangriento y palpitante Pusieron por escarnio en la picota; Y su sangre que cae gota por gota Marcando está las horas del dolor. El pueblo le contempla con asombro Y de su labio cárdeno y helado Parece que esperase atribulado El grito de Esperanza y Redencion.
En este testero no había libros, ni cuadros que no fuesen grabados de episodios de la vida de la triste niña, y distribuidos como un halo en la pared en derredor del busto.
¡Pero qué divina, Ana, pero qué divina! le decía a la Regenta cara a cara, y con voz gangosa, la hija mayor del Barón, Rudesinda, que según don Saturnino Bermúdez, era una belleza ojival. En efecto, parecía una torrecilla gótica, aunque, por ciertas curvas del busto, sobre todo del cuello, a la Marquesa se le antojaba «un caballo de ajedrez».
¡La mestiza española...! La que auna la sangre de dos razas, la admiraba de Norte a Sur; la ninfa elaborada por los rayos de plata de la luna; la mujer amorosa cual ninguna, del malayo pensil flor delicada, no volverá a lucir, ni la templada brisa de Oriente arrullará su cuna. No más la languidez de su semblante, ni su busto arrogante, en sus espejos copiarán los ríos;
El médico sentía angustia examinando á los dos contendientes, con la cara pálida, sudorosos, las piernas inmóviles y como petrificadas, el busto en incesante vaivén, los brazos hinchados por el esfuerzo; y recordaba á otros que habían caído en aquellas apuestas brutales, muertos como por un rayo, heridos en el corazón por el exceso de actividad.
Ah, ya me parecía... Y recogiendo hacia ella un silloncito romano, se sentó cruzada de piernas, el busto tendido adelante, con la cara sostenida en la mano. Sigan; ya escucho. Contaba a Durán dijo Ayestarain, que casos como el que le ha pasado a Vd. en su enfermedad, son raros, pero hay algunos. Un autor inglés, no recuerdo cual, cita uno. Solamente que es más feliz que el suyo.
Pasaba la mañana leyendo en la cama: las tardes y las noches en el café discutiendo a gritos lo que había leído por la mañana. Los vecinos no le querían; pero respetaban mucho su ilustración y talento. ¿Quién ha pedido la palabra? preguntó don Rosendo. Suárez... Sinforoso Suárez dijo el joven inclinando su busto sobre la barandilla. Usted la tiene, señor Suárez.
Por fin el hombre notable de Sarrió, el portaestandarte de todos los progresos, el ilustre patricio don Rosendo Belinchón, alzó su busto majestuoso por encima de la mesa. Estos fueron los gritos que salieron de la muchedumbre, aunque nadie había osado mover un dedo siquiera. Tal era el afán de escuchar la palabra presidencial.
Había aparecido entre el follaje, mostrando completamente todo su busto y cara. Era, sí, la auténtica imagen de aquella escogida doncella de Nazareth, cuya perfección moral han tratado de expresar por medio de la forma pictórica los artistas de diez y ocho siglos, desde San Lucas hasta los contemporáneos.
Currita miraba atentamente desde su asiento al apuesto viajero, retrato de lord Byron, su héroe favorito, tipo adorable de hombre, según ella, cuyo magnífico busto desnudo, esculpido en mármol blanco, tenía en su boudoir siempre a la vista.
Palabra del Dia
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