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Actualizado: 12 de julio de 2025
Encima de todo esto, una larga tabla en figura de media, pintada de negro, fija en la muralla y perpendicular á ella, servía de muestra principal. En el interior todo era armonía y buen gusto; en el trípode del centro tenían poderoso cimiento las caderas de doña Ambrosia, y más arriba se ostentaba el pecho ciclópeo y corpulento busto de la misma.
Rozaba al andar un lado de su busto, se sentía envuelto en el ambiente embriagador que exhalaba su cuerpo sano, y veía cerca de sus ojos el rostro de Tónica, su boca fresca, mostrando la brillante dentadura con graciosas sonrisas. Juanito, entusiasmado por su buena fortuna, no pensaba ya en la resolución que tan inquieto le había tenido durante todo el día.
Fortunata le miraba con sorpresa mezclada de temor, el codo en la mesa, derecho el busto, en una actitud airosa y elegante, llevando pausadamente del plato a la boca, ahora una pasita, ahora una almendrita.
Por la espalda y en la cintura, un lazo negro muy pronunciado servía para abultar lo que entonces quería la voluble diosa que abultase. Echaba la señorita los codos atrás con objeto de destacar el busto, actitud que escrupulosamente copiaba la segunda de Sobrado, Clara. Lola, que iba en medio, era la única a poner el cuerpo como Dios se lo dio.
Movía las caderas, retorcía el busto, acompañaba con balanceos su monótona canturía oriental, sonreía lo mismo que una mujer de aduar que baila ante la tribu la «danza del vientre».
A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.
Con presteza y soltura de actriz, la viudita se viste y se desnuda; dáse vueltas en el espejo, torna la cabecita, rubia y rulosa, hacia los hombros, para contemplarse el perfil; se arregla el busto; sus manos vuelan ligeras, raudas, del pelo al talle, del talle a la falda, en toquecitos rápidos, a los cuales obedecen las prendas con no sé qué docilidad animada, como dichosas de servir de ornato a tan retrechera y remonona criatura.
Me acordé de que en sus famosas saturnales los romanos trocaban los papeles y que los esclavos podían decir la verdad a sus amos. Costumbre humilde, digna del cristianismo. Miré a mi criado y dije para mí: esta noche me dirás la verdad. Saqué de mi gaveta unas monedas: tenían el busto de los monarcas de España. Cualquiera diría que eran retratos; sin embargo eran artículos de periódico.
Para mí, Blanca era una verdadera resurrección del pasado; la misma aparente frialdad de la madre, la misma palidez casi mate; los grandes y sombreados ojos de Fernanda, y un busto, que dejaba ver un escote en el que los nervios preponderaban sobre la carne.
Y al pronunciar esta frase hundió su mirada en los ojos de la doncella con doble y profunda expresión de sensualidad y de tristeza. Una de las pinturas representaba un busto de mujer. Listada caperuza adherida a la frente ocultaba del todo los cabellos. ¡Quién quisiera llevar agora una toca como ésa! ¡Antes morir! observó la niña, agregando: Mirad: tenía en el cuello un lunar como el mío.
Palabra del Dia
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