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Actualizado: 12 de junio de 2025
Como aún tenía el extranjero el círculo de cuerda alrededor de su busto, Celinda quiso libertarle de tal opresión. Oiga, don Ricardo; ya estoy cansada de que sea mi esclavo. Voy á dejarle libre, para que trabaje un poquito.
Todo respondió el mayordomo, inclinando el busto sobre el papel y apuntando a la página con la diestra, medio extendido el brazo, siempre a cierta distancia respetuosa . En el primer pliego hallará la señora marquesa la lista de todas las propiedades y valores de su pertenencia. Ajustándome a su expreso mandato, lo he puesto así, cosa por cosa y en papel separado cada una.
Señor alcalde gritó una mujer amortajada entre una saya de estameña negra que le cubría el busto, y otra de bayeta amarilla ceñida á la cintura, yo quisiera que.... Usté se calla la boca mientras que yo no la pregunte, porque aquí no tienen voz las mujeres. Es que, canijo, yo tamién soy hija de Dios; y si se me murió el marido no fué por culpa mía. ¿Y qué se le ofrece á usté?
No hay nada de eso repuso enérgicamente, irguiendo su busto como si fuese a levantarse. Todo son invenciones tuyas. No hay más, que estoy cansada de noviazgos, que no quiero hombre, que pienso pasarme la vida al lado de padre y de ti. ¿Con quién mejor que con vosotros? ¡Se acabaron los novios!
Tus nobles hijos al mirar su busto Del polvo alzaron la humillada sien, Y levantaron con robustos hombros El ara santa de ochocientos diez. «Venganza al pueblo!» prorrumpieron todos «Palmas al mártir que murió con fé! «Gloria al que caiga en medio del combate! «Gloria á los hijos de ochocientos diez!»
En las casas más pobres había uno o más retratos de Martí. No se contentaban generalmente con tener uno solo. Si lo tenían pequeño buscaban uno más grande y conservaban el pequeño para trasladarlo a otra habitación. Si lo tenían de busto, querían tenerlo también de cuerpo entero. Si lo tenían a él solo, querían otro en que Martí estuviese fotografiado en compañía de algún amigo.
No hay odio en mi corazón ni puede haberlo para la madre de mi madre... Déjeme usted besar sus manos». La marquesa parecía muy disgustada de tal escena. Volviendo el rostro, apartaba de sí a Isidora. Esta se puso en pie. Tuvo otra inspiración más audaz que la anterior. Con gentil arrogancia separó su velo para mostrar más completos el rostro y el busto.
Era como una niña, pues su estatura debía contarse entre las más pequeñas, correspondiendo a su talle delgadísimo y a su busto mezquinamente constituido. Era como una jovenzuela, pues sus ojos no tenían el mirar propio de la infancia, y su cara revelaba la madurez de un organismo en que ha entrado o debido entrar el juicio.
Su traje tenía que ser por fuerza muy sencillo; casi siempre un vestido negro sin adornos; algunas veces lo cambiaba por otro tornasolado que modelaba finamente su soberbio busto de diosa, realzando cada uno de sus movimientos a un metálico rielar.
Pero el Capellanet había reído al ver la puerta abierta, y junto a ella, como en otras mañanas, a don Jaime, con el busto desnudo, chapuzándose en un balde que él mismo traía de la costa lleno de agua del mar. No se había equivocado al reírse de los terrores de las mujeres. «A su don Jaime no había quien lo matase. Y esto lo decía él, que entendía de hombres.»
Palabra del Dia
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