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Pero usted puede decirme algo respecto a esta extraña pesquisa de Blair; algo, quiero decir, que pueda ponerme en la senda de la solución del secreto. El secreto de cómo obtuvo su fortuna, dice usted, ¿eh? Por cierto. ¡Ah! mi estimado señor, eso no lo descubrirá nunca, fíjese bien, aun cuando llegue a vivir hasta los cien años. Burton Blair se cuidó bien de ocultar eso a todo el mundo.

Resolvimos que era completamente imposible permitir que una niña tan joven y delicada anduviera vagando por toda Inglaterra sin objeto determinado, en busca de algún vago informe secreto que parecía ser el fin de su errante padre; por lo tanto, después de aquella noche en que nos conocimos por vez primera en Helpstone, Burton Blair y su hija permanecieron una semana como nuestros huéspedes, y al cabo de muchas consultas y pequeñas economías, conseguimos poner a Mabel en la escuela, servicio que después ella nos agradeció con la más noble sinceridad.

Cuando le oímos mencionar que su esposo había vuelto del mar, los dos pusimos toda atención a sus palabras. Aquí era donde residía, evidentemente, el hombre que Burton Blair había buscado de una punta a la otra de Inglaterra. Se abrió una puerta y avanzó un hombre alto, flaco, viejo, de blancos cabellos y barba gris puntiaguda.

¡! grité, casi fuera de mi razón y presa de la mayor excitación, el arreglo es perfecto. ¡El secreto de Burton Blair está descubierto! ¡Es una especie de registro! exclamó Reginaldo. Y empieza con las palabras: Entre el Ponte del Diávolo... ¡Este nombre es italiano, y supongo que querrá decir: ¡Puente del Diablo!

Me impresionó como un hombre que había viajado mucho, especialmente por el Extremo Oriente, y, por ciertos conceptos que emitió, saqué la conclusión de que, como Burton Blair, había pasado varios años en el mar, y que era un amigo de los antiguos tiempos, anteriores al gran secreto que tan provechoso le había sido.

Por sus facciones, facciones duras, más bien siniestras, y su barba canosa y enmarañada que conocía por haberla visto una vez en Inglaterra, comprendí que ese era el hombre con quien Burton Blair debía haber celebrado la entrevista secreta; pero, contrario a lo que yo esperaba, me hallé que vestía el tosco hábito carmesí y el grueso cordón del monje capuchino, presentando una figura triste y silenciosa en su actitud de pie y con los brazos cruzados, mientras el sacerdote, en su espléndida vestidura, murmuraba las oraciones.

¡Poverino! ¡Poverino! repetía el monje al caminar lentamente costeando las viejas murallas de la en un tiempo orgullosa ciudad. ¡Pensar que nuestro pobre amigo Burton ha muerto tan repentinamente... y sin decir una palabra! No exactamente una palabra le dije: Antes de morir dio varias instrucciones y dejó algunos encargos, entre los cuales está el haber puesto a su hija Mabel bajo mi cuidado.

Me parece que abriga la idea de vengarse en la pobre Mabel. Mejor es que no trate de ofenderla exclamó ferozmente. Tengo que cumplir la promesa que le hice al pobre Burton, y la cumpliré. ¡, juro por Dios que lo haré! al pie de la letra. Buen cuidado tendré de que no caiga en las manos de ese aventurero. Ella le teme anticipadamente. ¿Por qué será? Por desgracia, no quiere decírmelo.

Sin embargo, cuando recordaba la bondadosa y firme honestidad de Burton Blair, su sinceridad, sus elevados pensamientos y sus actos anónimos de beneficencia por puro amor a la caridad, hacía a un lado todas esas sospechas y resolvía respetar la memoria del muerto.

Era evidente que él opinaba que existía una razón secreta para introducir en la casa de Mabel a este desconocido, razón sólo conocida por Burton Blair y este individuo. Me pareció extraño que Mabel no me lo hubiera dicho, pero quizá habría vacilado al manifestarle yo la promesa que le habría hecho a su padre, y en vista de eso, no se habría animado a herir mis sentimientos.