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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Aunque Reginaldo y yo teníamos siempre nuestro pequeño pabellón de caza en Helpstone, después de la muerte de Blair no habíamos ido ni una sola vez. Además, aquella estación había sido de extraordinario movimiento en el comercio de encajes, y Reginaldo parecía más esclavo que nunca de su casa de negocio.
Se levantó, y de una gran caja negra de papeles, con la siguiente inscripción: «Burton Blair, Esquire», sacó el testamento del muerto, y, abriéndolo, me mostró la siguiente cláusula: « Dono y lego a Gilberto Greenwood, de Los Cedros, Helpstone, la bolsita de gamuza que se encontrará en mi persona en el momento de mi muerte, con el objeto de que pueda sacar provecho de lo que hay dentro de ella, y como compensación de ciertos servicios valiosos que me hizo.
Ya las sombras de la tarde iban convirtiéndose en profunda obscuridad, y el fuerte viento me cortaba las carnes como cuchillo al pasar las encrucijadas que hay a media milla de la aldea de Helpstone, cuando de repente surgió de junto del alto seto de acebos la figura de un hombre corpulento, y una voz profunda exclamó: Disculpe, señor, pero soy un forastero en estos lugares, y tengo a mi hija desmayada. ¿Hay por aquí cerca alguna casa?
Desde la noche de invierno cuando la encontré caída a la orilla del camino real en Helpstone, hasta este mismo momento, se habían ido sucediendo y amontonando misterios sobre misterios, secretos sobre secretos, hasta que, con la muerte de Blair y el paquete de pequeñas cartas que tan curiosamente me había legado, el problema había asumido gigantescas proporciones.
Resolvimos que era completamente imposible permitir que una niña tan joven y delicada anduviera vagando por toda Inglaterra sin objeto determinado, en busca de algún vago informe secreto que parecía ser el fin de su errante padre; por lo tanto, después de aquella noche en que nos conocimos por vez primera en Helpstone, Burton Blair y su hija permanecieron una semana como nuestros huéspedes, y al cabo de muchas consultas y pequeñas economías, conseguimos poner a Mabel en la escuela, servicio que después ella nos agradeció con la más noble sinceridad.
Volví a casa completamente exhausto y helado, pues, a pesar de haber llevado puesto mi gran sobretodo de lana, que usaba para los paseos en coche cuando estaba en Helpstone, no había podido evitar que se colara el viento frío y cortante. Permanecí dos horas completas sentado junto al fuego para reparar lo perdido, hasta que al fin volvió mi amigo.
Al cabo de ese tiempo volvió rico; tan rico, que usted y el señor Seton se quedaron enteramente confundidos. ¿No recuerda usted esa noche que estábamos en Helpstone, cuando salí por una semana de la escuela para estar con mi padre, porque acababa de volver de su viaje?
Desde aquella noche de invierno en que nos conocimos en Helpstone, había concebido un afecto poderoso, sincero y creciente por ella; pero ahora que era dueña de grandes riquezas, me daba cuenta de que había dos barreras que se oponían a nuestro casamiento: la diferencia de edades y el hecho de ser yo un hombre pobre.
Ambos éramos solteros, y compartíamos las confortables habitaciones que habíamos tomado en la manzana de casas, divididas en pisos, recientemente construidas en la calle Great Russell; y como éramos aficionados a la caza de zorros, el único deporte que podíamos concedernos como goce, también alquilábamos juntos una casa anticuada y barata, en una aldea rural, conocida con el nombre de Helpstone, a ochenta millas de Londres, situada en la posesión de los Fitzwilliams.
Palabra del Dia
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