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Actualizado: 30 de abril de 2025
Era el capitán Iriondo, vestido con el traje viejo de sus expediciones de caza. Llevaba la escopeta pendiente del hombro, y el perro, junto á él, husmeaba sus manos. ¿Buscas la bronca, eh?... dijo al médico. Tú vienes porque te gustan estas cosas, y yo me voy por no verlas. Se marchaba á cazar chimbos á cualquier parte: le interesaba huir de Bilbao, no ver lo que seguramente ocurriría.
Por mi parte, bien lo sabes tú, seguiríamos lo mismo; pero mi mujer se ha enterado... anoche hemos tenido una bronca espantosa, pero espantosa, chica; no puedes figurarte cómo se puso. Se desmayó; tuvimos que llamar al médico. La más negra fue que mis papás se enteraron también del motivo, y... una chilla por aquí, otra por allá; mi padre furioso... entre todos me querían comer».
Cuando tomaban la palabra quizá algún crítico escrupuloso pusiera reparos a la voz bronca un poco aguardentosa de la menor y a las frases libres y a los ademanes harto sueltos y descocados de la mayor.
Husmeaba el ambiente amenazador, como un viejo caballo de guerra que relincha oliendo la pólvora. ¡Bronca!... ¡Ya se ha armado! exclamó con alegría, mirando al otro lado del puente. Por la avenida del ensanche corría á todo galope un grupo de jinetes de la guardia civil. En último término, veíase una gran masa de gente, una mancha negra matizada por el rojo flotante de algunas banderas.
En aquel instante venía el inspector, que se había separado cuando entablé conversación con la cigarrera, y dijo sonriendo: Me ha revuelto usted el taller. Concluya usted pronto, porque estas niñas tienen, al parecer, ganas de bronca. ¡Bronca! ¡Bronca!... ¡Bron...ca! ¡Bron...ca! empezaron a repetir las cigarreras. El grito se extendió por todo el taller.
El alcalde se levantó con solemnidad. «¡Señores... se va a proceder al discutinio!». Entra la gente en tropel: comienza la lectura de papeletas; míranse los curas atónitos, al ver que el nombre de su candidato no aparece «¿Tú te moviste de ahí?», pregunta el abad de Naya al centinela. «No, señor», responde éste con tal acento de sinceridad, que no consentía sospecha. «Aquí alguien nos vende», articula el abad de Ulloa en voz bronca, mirando desconfiadamente a don Eugenio.
Y todo aquel rebaño de malhumorados que esperando un acta jamás llegada, corrían como viejos caballos al olor de la pólvora a aglomerarse en dos masas al lado de la presidencia, apenas en el salón se armaba bronca con campanillazos, no podían imaginarse que el joven diputado muchas noches interrumpía su lectura con la tentación de arrojar contra la pared los gruesos tomos de las sesiones, y acababa pensando con escalofríos de intensa voluptuosidad en lo que habría sido de él corriendo el mundo tras unos ojos verdes cuya luz dorada creía ver temblar entre los renglones de la amazacotada prosa parlamentaria.
Resultado: la corista machucha y corrida determinó, primero, desplegar cuantas zalamerías y gatadas pudiese sugerirle su deseo de asegurar la presa, y segundo, recurrir, si fuese necesario, a la bronca y el escándalo para evitar el abandono: cuando no bastasen las cucamonas y los mimos, emplearía el terror.
Seguí hablando, cada vez con más empeño y calor, hasta que Paca, a quien advertía inquieta y distraída, me dijo por lo bajo: Señorito, váyase uté... Me paese que hay bronca.
Toma a otro de socio cuando vayas con hembras. Gallardo sonrió satisfecho. No sería nada; aquello pasaba pronto. Tormentas mayores había afrontado. Lo que debes asé es vení por casa. Así, con mucha gente, no hay bronca. ¿Yo? exclamaba el Nacional . Primero cura. Tras estas palabras, el espada creía inútil insistir.
Palabra del Dia
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