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Actualizado: 31 de agosto de 2025


El Cigarrero sonreía limpiándose la sangre con el pañuelo. Era una sonrisa tan triste y tan humilde, que a Miguel se le apretó el corazón y estuvieron a punto de saltársele las lágrimas. Sólo cuando apareció el segundo toro en el ruedo, concluyó del todo la bronca.

La muchedumbre, curiosa, se agitó entre las cabezas de las dos procesiones. ¡Bronca!... Los encapuchados negros no respetaban gran cosa a los «judíos» y a su espantable capitán. Este, por su parte, tampoco quería salir de su fría altivez. La fuerza armada no debe mezclarse en las reyertas entre paisanos.

Es la Briffarde. La moribunda pasea por nosotros la espantada interrogación de sus ojos y los fija después en Elena, a la que mira un rato sin decir palabra, ya porque al pronto no la ha conocido, ya porque necesitase reunir sus fuerzas para hablar. Ya está usted ahí dijo en voz baja y bronca. Creí que no vendría usted. Lo había prometido.

¿Le ha ocurrido algo al Tirabeque? ¿Una bronca? ¿Una pendencia? No quiero ver nada. No me importa. Es mi libertad decía de camino, jadeando por seguir mi paso impaciente. Al llegar a la puerta de la casa, vaciló. ¿Qué quiere de , señor? ¿No me trata de engañar? Siempre le tuve por bueno.... Soy una desdichada. Ven conmigo, mujer insistí, cogiéndole la mano. Pero, ¿dónde me lleva?

Luego las chupó. Pero el dolor era tan recio que exclamó al fin sollozando: ¡Ay mis manos! En aquel momento se alzaron ante ella entre las sombras de la noche dos enormes figuras que la dejaron helada de espanto. Una de ellas se abalanzó y la cogió por un brazo. ¿Qué haces ahí? dijo con voz bronca. La justicia del barón.

Las huelgas les olían á política, á algo peligroso en que no debían mezclarse los pobres. Y avisados de la bronca que preparaban los compañeros, deslizábanse prudentemente hacia su tierra, con el propósito de volver cuando todo pasase, aprovechándose entonces de las ventajas que los otros pudieran conseguir.

Y el gigante, con su bronca voz, se unía á este lamento acariciador, repitiendo monótonamente: No se muera usted, miss Margaret.... ¡No se muera! De pronto Ra-Ra lanzó un chillido casi femenil: No me contesta.... ¡Ha muerto!... ¡ha muerto!... Así era. Hacía mucho tiempo que él hablaba, sin que la joven pareciese oirle.

Cuando se hubo alejado el chico, me dijo: ¡Buena la hubieras hecho si no aceptas! ¡Menuda bronca te arman esos gachós! Luego me explicó que aquello en Andalucía no solo no tenía nada de particular, sino que era un acto de cortesía y franqueza que debía agradecerse.

El inspector escuchó su denuncia con indiferencia y sólo respondió con un «bien, bien; ya veremos: no hay que preocuparse de eso» que dejó descorazonado a nuestro profesor. Es que, señor inspector, si esa canalla se obstina en armar bronca no respondo de lo que pueda suceder en el teatro. Pierda usted cuidado; yo respondo de ellos... y de usted también replicó el inspector con sorna.

¡Tengo unas ganas de conocer a esa célebre hermosura...! afirmó Juan. Don José no había dejado nada en el plato más que el hueso. Después exhaló un hondísimo suspiro, y llevándose la mano al pecho, dejó escapar con bronca voz estas palabras: La hermosura exterior nada más... sepulcro blanqueado... corazón lleno de víboras.

Palabra del Dia

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