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Actualizado: 16 de junio de 2025


¡Mal rayo me parta treinta veces y media, y permita Dios que al primer noroeste que me coja en la mar me coman las merluzas!... ¡Si pa esto nace uno, valiérame más no haber nacío!... ¡Perro de , que no la hice macizo antes de llegar á perder la pacencia y la salú por la grandísima bribona!... Y comiéndose los labios de coraje, métese el Tuerto en su buhardilla y cierra la puerta del balcón.

«No puede ser que Milagros haya dicho eso de pensaba, camino de Palacio, atormentada por aquella inscripción horrible que le quemaba la frente . Es mentira de esa bribona... ¡Qué día! Cuando llegue a casa lo primero que he de ver es si me he llenado de canas. La cosa no ha sido para menos». Y lo primero que hizo fue mirarse al espejo.

De todas suertes, ya la sermonearé bien para que le reciba a cajas destempladas, si él intentara... ¿Creerás una cosa? ¿Que esa mujer no me parece enteramente mala?». Podrá ser... Pero si usted hubiera visto la cara que me puso el otro día, una cara de rencor como usted no puede figurarse... Dice que después le pesó... ¡Bribona! exclamó Jacinta, frunciendo los labios y apretando los puños.

Pasadas dos horas en deliciosa y culpable intimidad, tanto más grata cuanto menos premeditada y prevista, dijo Carolina, mientras él se ponía los tirantes y ella, ante un espejo roto, se atusaba los desordenados rizos. Anda, tontín, rico mío, más vale gallinita que pollita. Mejor te irá conmigo que con aquella embaucadora, bribona, que se estaba burlando de ti. ¡Me daba una rabia!

¡Bribona, la has hecho hoy ... y yo te voy á abrir en canal! grita exasperado el Tuerto al notar la turbación, cada vez más visible, de su mujer. Á ver el dinero, digo, ¡pronto! La interpelada saca, temblando, unos cuartos de su faltriquera, y sin abrir toda la mano, se los enseña á su marido. ¡Esos no son más que ocho cuartos ... y yo te dejé veintiuno!... ¿Ónde están los otros?...

Como si el roce de la piel de Isidora fuese un contacto mortífero, se quedó echo una momia. Y mientras ella le quitaba la llave, él, inerte, sin vida, la miraba con espanto, y no podía defenderse, ni sabía detenerla, ni era dueño de ninguna de las energías de su ser, como no fuera de la voz, pues allá casi entre dientes pudo articular tres sílabas y decir: «¡Bribona!...».

¿Y no os ha dicho vuestra mujer que haya estado nadie más? No por cierto. Señor Francisco, los hombres viejos no debían casarse... sobre todo con mujeres jóvenes y bonitas. Señora María exclamó todo bilis y enojo Montiño: sois una bribona... Bien, muy bien; ahora los insultos. ¿Queréis vengaros de porque os he echado á perder un buen negocio?...

no eres hombre... no eres nada exclamó la joven con desprecio . A ella, a esa bribona es a quien yo quisiera arreglar. Si la cojo, no lo cuenta. ¡Infame, arrastrada, indecente, engañarme así! , mira bien si tienes derecho a tratarla de ese modo. ¡Pues no he de tener! Me ha quitado lo mío. Yo seré mala; pero ella lo es más, mucho más. Comprendo tu exaltación.

Por eso, y sólo por eso, había emprendido la bribona aquella ronda caritativa, escogiendo por compañera aquella inocente niña, incapaz de sondear la capa de cieno que estaba pisando.

La muy bribona... ¡imaginar que su marido puede perdonarla después de la trastada indecente que le hizo, después que el querindango atropelló a este infeliz abusando de su fuerza...! ¡Qué infamia! Si yo no hubiera estado un mes seguido trasteando a este chico para quitarle de la cabeza la idea de la venganza... no qué catástrofes habrían sucedido.

Palabra del Dia

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