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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Maximiliano volvía lentamente a la vida regular, sin que esto quiera decir que se le quitara de la cabeza la idea aquella. Habíase transformado, y así como en las crisis hepáticas hay derrames de bilis, en aquella crisis mental parecía haberse verificado un derrame de sentimientos.

Suponía Maxi que todos hacían la observación de que no era él hombre para tal hembra. Algunos se permitían examinarle de una manera insolente. Si iban al café, estaban poco tiempo, porque los amigos se enracimaban alrededor de Fortunata sin hacer maldito caso de su marido, y este tragaba mucha bilis.

En un principio limitose a arreglar el cuello, disimulando lo mejor que pudo su disgusto; pero la bilis se le fue exacerbando poco a poco, perdió al cabo la paciencia, y cuándo creía que no le observaban, comenzó a dar vivos y fuertes tirones a las solapas.

replicó Cecilia con la misma gravedad. Yo me quedo. Pero, mujer, ¡si sabes que esta incomodidad la padezco yo a menudo! Es un poco de bilis. En cuanto duerma cuatro o cinco horas estoy buena. Pues yo me quedo. Pues me obligarás a a ir enferma y todo dijo con impaciencia, levantándose.

Te digo que tengo el humor muy negro, que me ahoga la bilis y que en este momento al menos necesito que seas un poco más humilde que de ordinario. ¿Lo entiendes? profirió reprimiendo con esfuerzo la cólera. La institutriz le miró con sorpresa á la cara, y después de contemplarle con atención unos instantes, convirtió de nuevo sus ojos á la lumbre, haciendo una imperceptible mueca de desdén.

Afectaba en sus gestos y palabras la indolencia de un hombre cansado de la vida, para el cual el mundo nada nuevo puede ofrecer a los veintidós años; miraba con insolente fijeza, y cuando escuchaba a alguien, lo hacía con aire protector y desdeñoso. Era el tiranuelo de la casa, y a este privilegio unía el de excitarle la bilis a su tío don Juan siempre que se ponía en su presencia.

Todo lo que he podido, buena y dulce amiga.... La buena y dulce amiga, no sabiendo sobre quién desahogar la bilis que le carcomía el corazón y el cerebro, arrojó sobre su aliado una mirada feroz y con la boca contraída por una amarga risa, dijo: ¡Bobart! si no fueras tan estúpido, creería que me has hecho traición.... ¡Mi buena amiga!... ¡Bobart! tienes una cobardía que me repugna.

Pues a pesar de que la opinión general era que se hallaba muy a su gusto y que no se cambiaría por el director de la Fábrica del Sello, lo cierto es que el Menino esperaba con impaciencia la ocasión de escaparse; se había dejado dominar por la melancolía, se le había agriado el carácter y tenía la bilis excitada por la falta de ejercicio.

La familia tomó el café pensativa y silenciosa. Miguel se puso a jugar con sus sobrinitas, las niñas de Eulalia. D. Bernardo se levantó al fin de la mesa, encendiendo un cigarro habano. Aunque su continente era frío y grave, como siempre, adivinábase que no estaba de buen humor: el negocio del café le había excitado un poco la bilis.

Algunas raras veces solía mostrarse amable y retozón, pero muy pronto caía en un acceso sombrío de bilis: gustaba de la soledad y pasaba largas horas acostado en las inmediaciones del cementerio, como si ya sintiese la nostalgia de la tumba. Sobre todo, le descomponía, le ponía fuera de el sonido de la flauta de Regalado.

Palabra del Dia

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