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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Quintanar ronca; yo escribo.... Pie atrás. Esto no iba bien. Había algo de ironía; la ironía siempre tiene algo de bilis.... Los amargos abren el apetito... pero más vale tenerlo sin necesitarlos. A otra cosa. Llueve todavía. No importa. Todo el diluvio no me arrancaría hoy un gesto de impaciencia. La ventana está cerrada, los regueros del agua resbalando por el cristal me borran el paisaje.
En cuanto Miguel, al leer el periódico por la mañana, se enteró de la modificación, revolviósele la bilis, comprendiendo que no podía menos de producir fatales consecuencias; fue a la redacción, y no encontrando a Mendoza, comenzó a decir en presencia de sus compañeros lo que ya hemos visto en otro capítulo. Todos sus cálculos quedaron confirmados.
Vivía allí disfrutando de un capital que había juntado en su larga carrera profesional, procurándose, con escrúpulos de monja, cuantos goces higiénicos, cuantos cuidados y regalos puede inventar una imaginación experta y dedicada exclusivamente a tan grata tarea; los razonamientos, o por mejor decir, la charla insustancial del oficial de marina, le ponía fuera de sí, le alteraba la bilis, era su única cruz en esta vida.
Uno de ellos, médico, después de cierta escena violenta, le dijo que no discutiría más con él mientras no se pusiese en cura. Esto le hizo volver en sí: comprendió que estaba efectivamente enfermo, huyó con particular cuidado toda ocasión de disputa, y comenzó a jaroparse con los remedios que usualmente se dan contra la bilis.
La actividad era cosa terrible; era mucho más agradable pensar, imaginar.... Pero un padre tenía que ser diligente, práctico, positivo... y él lo sería; por Antonio, por su Antonio.... Pero por lo pronto, la bilis, la vergüenza de su ignorancia de las cosas que sabían todos en casa, menos él, todo aquel barullo de pasiones bajas, vulgares, pedestres, le quitaban el gusto a su dicha presente, a la felicidad de ser padre.
La Regenta cayendo, cayendo era feliz; sentía el mareo de la caída en las entrañas, pero si algunos días al despertar en vez de pensamientos alegres encontraba, entre un poco de bilis, ideas tristes, algo como un remordimiento, pronto se curaba con la nueva metafísica naturalista que ella, sin darse cuenta de ello, había creado a última hora para satisfacer su afán invencible de llevar siempre a la abstracción, a las generalidades, los sucesos de su vida.
Experimentó violenta sacudida. Una ola hirviente de bilis inundó su pecho. Aquella noche tuvo fiebre también. ¡Se le escapaban! No había posible venganza para aquel traidor. Iría a Madrid, se casaría; tal vez allí recibiría la noticia de la muerte de su hija; lloraría un poco; al cabo las caricias de su adorada esposa se la harían olvidar.
Su señoría, sitiado por hambre, tuvo entonces que abandonar la corte, y se retiró a hacer penitencia en Villafría, donde murió, al año de estar, de unas calenturas malignas, que infundieron en su sangre la falta de metales y la sobra de bilis. Todo el caudal del marqués, a su muerte, podría producir, a lo sumo, 16.000 rs. al año.
¡Tan desgraciado serías por haberme hecho baronesa! ¿Y no es, acaso por serlo por lo que tanto deseas que nos casemos? Aquí se detuvieron, espantados del cambio de sus fisonomías: Fortunato, rojo como un gallo, estaba á dos dedos de la apoplejía y Clementina, devorada por la bilis, parecía amenazada de ictericia.
Sus sienes verdeaban, sus ojeras se teñían de matices amoratados, la bilis se infiltraba bajo la piel, y así como una casa nueva hace parecer más vetustas las que están a su lado, así la lozana juventud de Lucía acentuaba el deterioro del marido.
Palabra del Dia
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