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El ruido de la guitarra y de los cantos de los ciegos arreció considerablemente, uniéndose al estrépito de tambores de Navidad. «¿Y no tienes tamborpreguntó Jacinta al pequeñuelo, que apenas oída la pregunta ya estaba diciendo que no con la cabeza. ¡Que barbaridad! ¡Miren que no tener un tambor...! Te lo voy a comprar hoy mismo, ahora mismo. ¿Me das un beso?

La primera lágrima de Hasay, cayó sobre los inmóviles restos de su madre. Hasay jamás supo quién fué su padre. ¡Infeliz expósita!... La niñez de la huérfana fué todo lo laboriosa que era consiguiente á una pobre que no la habían legado más que un padrón de deshonra su padre, y una ardiente lágrima, que en un beso supremo antes de espirar, depósito en su frente su desgraciada madre.

25 si me alegré de que mi hacienda se multiplicase, y de que mi mano hallase mucho; 26 si he mirado al sol cuando resplandecía, y a la luna cuando iba hermosa, 27 y mi corazón se engañó en secreto, y mi boca besó mi mano, 28 esto también fuera maldad comprobada; porque habría negado al Dios soberano. 29 Si me alegré en el quebrantamiento del que me aborrecía, y me regocijé cuando le halló el mal;

No era el beso frente a frente que él había saboreado en otras mujeres, y que llamaba «beso latino». No era tampoco la caricia arrogante de arriba a abajo que había conocido en el camarote de Maud, beso de domadora, egoísta y avasallador, oprimiéndole la cabeza entre las manos crispadas para mantenerle en amorosa sumisión.

¿Te ha gustado el arreglo de tu cuarto? continuó ella, al mismo tiempo que por sus ojos dulces y tristes pasaba un débil fulgor de malicia. A guisa de respuesta posé humildemente en sus labios un beso de agradecimiento. ¡, bésame, bésame otra vez! dijo ella. Tu boca es tan bella, tan ardiente: da calor al cuerpo y al alma. Y un nuevo calofrío la sacudió. Un instante después entró Roberto.

El escribano, ni adoró ni besó las manos a nadie, porque le tenía ocupada el alma el sentimiento de la pérdida de su hacienda.

Si me fuera posible sentir por ella lo que siento por la otra, ni en la tierra ni en el cielo habría un ser más feliz que yo. Recordó con enternecimiento el primer beso que la dió por sorpresa viniendo de paseo, y el rubor que se apoderó de ella instantáneamente.

Y en efecto, siento una intranquilidad tan grande en mi alma y en mi cuerpo, como si tuviera una pila de electricidad en la cabeza y otra en el corazón. ¡Dios mío, por darle un beso, aunque fuese en su lindo pie desnudo, renunciaría á todas las dichas de este mundo! Por besar su cuello blanco y perfumado me parece que daría también las del otro. Hoy hemos dado un paseo relativamente largo.

Isidora le abrazó y le besó tiernamente, admirándose del desarrollo y esbeltez de su cuerpo, de la fuerza de sus brazos, y afligiéndose mucho al notar su cansancio, el sudor de su rostro encendido, la aspereza de sus manos, la fatiga de su respiración.

No tal; yo no tengo más que un padrino manifestó la chica, cada vez más recelosa. Y se alejó del grupo. Fue donde estaba Amalia; se le puso delante cruzando sus bracitos sobre el pecho y dijo haciendo una reverencia: Madrina, la bendición. La dama le entregó su mano, que la niña besó con respetuoso cariño. Luego, cogiéndola en sus brazos, la besó en la frente. Que descanses, hija mía.