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Actualizado: 24 de junio de 2025
27 Y él se llegó, y le besó; y olió Isaac el olor de sus vestidos, y le bendijo, y dijo: Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que el SE
Pasa, hija mía, pasa. Esta sintió encogérsele el corazón al ver el rostro pálido y marchito de su madre. Abalanzóse a ella y la besó con efusión. ¿Te sientes bien, mamá? ¿Cómo has pasado la noche? Perfectamente.... Tengo mala cara ¿verdad? ¡No! se apresuró a decir la dama. Sí, sí. Ya lo he visto al espejo.
Besa ese guante dijo la niña riendo y tirándole uno que había sobre el tocador. Gonzalo se apoderó de él, y lo besó con frenesí repetidas veces.
Pero figúrese usted que me ve: toda una madre de familia: me pongo muy seria, riño mucho, las castigo con tratarlas secamente, y las premio con un beso. ¡Ah! ¡Ah! Y paso buenamente la vida: no sé si es soberbia, pero se me figura, creo que el magisterio cuando se ejerce sobre niños es un sacerdocio que impone sagrados deberes; ¡y es tan dulce el cumplimiento del deber!
Vamos, vamos, quiero que mis besos os hagan sonreír. Le dió un beso a Marta y la aproximó con fuerza contra su corazón, mientras que aquélla se entregaba pacientemente a las caricias de la niña, retribuyéndolas y tratando de sonreír. Permanecieron luego mudas y mirándose con expresión afectuosa, hasta que un ligero golpe en la puerta las vino a turbar en la expansión de su mutuo afecto.
Irguiose, y sin ser visto ni sentido por la doncella, fue a echarse solo sobre la cama, y a soñar en aquel beso que Beatriz había espantado con su grito, en aquella boca tentadora y terrible que palpitaba y mariposeaba desde entonces por delante de su alma. A la mañana siguiente, a la hora de costumbre, Ramiro encaminose a la calle de Beatriz. Pasó y repasó muchas veces por delante del palacio.
Miguel fue muy gustoso a besarla en la mejilla, pero en aquel instante la dama sacó la cabeza por la ventanilla para ver los edificios de la Puerta del Sol, mientras le tendía su mano enguantada. El niño, obedeciendo a un signo de su padre, la tomó entre las suyas y la besó.
Ningún hombre la había besado hasta entonces; solamente su primo la había dado un beso a traición, pero le costó caro, porque le dejó caer dos vasos de limón sobre la cabeza: hasta en los juegos de prendas hacía que pusieran las manos delante, para que no le tocasen la cara con los labios.
Luego, como si repentinamente cruzara por su mente la idea de que había hecho una cosa fea, dió la vuelta, abrió de nuevo los ojos y dijo sonriendo: ¡Hola! ¿Eres tú? Al mismo tiempo le alargó la mano. El duque se la estrechó, y alzándose de la butaca le dió un sonoro beso en la mejilla, diciendo: Si quieres dormir más te dejaré. No he venido más que a darte un beso.
Y ahora, en castigo de tus durezas, mándala venir para que yo la dé un beso. ¿De lobo? Corriente; pero con el corazón entre los labios. ¡Que no pudiera acabar yo de aborrecerte! Y vino la niña. Luz se llamaba, y jamás hubo nombre mejor colocado.
Palabra del Dia
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