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Actualizado: 29 de junio de 2025
Tras ella, formando una pareja silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocetón de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacción como embarazo los pesados borceguíes, el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo.
Y por sobre los templos hindús, con sus torres de colores y su monte de dioses de bronce a la puerta, dioses de vientre de oro y de ojos de esmalte, está, lleno de sedas y marfiles, de paños de plata bordados de zafiros, el Palacio Central de todas las tierras que tiene Francia en Asia: en una sala, al levantar una colgadura azul, ofrece una pipa de opio un elefante.
Las casas de Valdepeñas son blancas y bajas. De rato en rato, al paso, se columbra por las puertas entreabiertas el patio clásico con las columnas dóricas y el zócalo azul, con el evónimus raquítico y el canapé de enea. Una ancha faja de añil intenso encuadra las portadas; sobresalen adustos los viejos blasones; se destacan las afiligranadas rejas con la blancura de los muros.
Tenía una hermosa cara noble, roja; el pelo blanco, patillas muy cortas y los ojos pequeños y brillantes. Vestía muy limpio; en verano, unos trajes de lienzo azul, que a fuerza de lavarlos estaban siempre desteñidos; y en invierno, una chaqueta de paño negro, fuerte, que debía de estar calafateada como una gabarra. Llevaba una gorra de punto con una borla en medio.
Vestía un uniforme flamante, del nuevo color azul grisáceo, color de «horizonte», adoptado por el ejército francés. El barboquejo del kepis era dorado y en las mangas llevaba un pequeño retazo de oro. Su sonrisa, sus manos tendidas, la seguridad con que avanzaba hacia ella, le hicieron reconocerle. ¡René oficial!... ¡Su novio subteniente! Sí; ya no puedo más... Ya he oído bastante.
En fin, cuando supo la mujer que volvía su marido, vistió a la niña de gala, lo mejor que pudo, y ella se vistió un precioso traje azul que sabía que a él le gustaba en extremo. No atino a encarecer el contento de esta buena mujer cuando vio al marido volver a casa sano y salvo. La chiquitina daba palmadas y sonreía con deleite al ver los juguetes que su padre le trajo.
¡Si fué una casualidad, hombre! dijo la Amparo dulcificándose . Vino esta noche porque había ido de juerga con León y Rafael, y a última hora se le ocurrió a Nati hacerme una visita. Pues basta de casualidades. Yo no aspiro a que me adores, ¿sabes?; pero no quiero pagar las queridas a esos perdularios de sangre azul. ¿Lo has oído, salero?
Es cierto que me dirigió una de esas miradas que siempre tiene para enloquecerme a su gusto. Apuesto la vida a que también a ti te ha mirado alguna vez así... y a Castilla... Te apuesto la vida. Una vena azul se dibujó en las sienes de Julio y la serenidad de su semblante desapareció por algunos segundos. ¿Aceptas la apuesta? insistió Muñoz.
Como cielo y mar estaban serenos y el viento era próspero, el viaje iba haciéndose con felicidad y prontitud. Al subir una mañana sobre cubierta, nuestros seis principales personajes se extasiaron admirando el azul transparente de las aguas, rizadas apenas por el soplo de la brisa, donde se reflejaban el más claro azul del cielo y las ligeras nubes, que parecían de nácar, purpura y oro.
Cuando conocí á este empleado, tendría á cuestas sus ochenta años, poco más ó menos: con las mejillas sonrosadas; cuerpo sólido y trabado; levita azul de brillantes botones; paso vigoroso y rápido, y aspecto sano y robusto, parecía, si no joven, por lo menos una nueva creación de la Madre Naturaleza en forma de hombre, con quien ni la edad ni los achaques propios de ella, nada tenían qué hacer.
Palabra del Dia
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