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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Aquellos lobos se extasiaron mirándole; le apretaban la mano hasta descoyuntársela, y le ofrecían con todas las veras de su corazón una copa de ron y marrasquino. Cuando la rehusaba hablando de subir a tomar café arriba, la tristeza más honda se pintaba en sus rostros curtidos. Don Melchor tenía, en efecto, la costumbre de tomarlo en el Saloncillo.
Con razón le llamaban paraíso sus antiguos dueños, aquellos moros cuyos abuelos, salidos de los mágicos jardines de Bagdad y acostumbrados a los esplendores de Las mil y una noches, se extasiaron sin embargo al ver por primera vez la tierra valenciana.
Y ambos disertaron mucho rato, acerca de la naturaleza de su amor, y se extasiaron en recíproca admiración de sus almas. No; ellos no pertenecían a la sociedad en que vivían, eran de otra pasta, estaban criados para los grandes sentimientos, para la vida del corazón. Tú eres poeta; tienes un espíritu superior; tú no puedes amar realmente sino a una mujer que te comprenda.
Como cielo y mar estaban serenos y el viento era próspero, el viaje iba haciéndose con felicidad y prontitud. Al subir una mañana sobre cubierta, nuestros seis principales personajes se extasiaron admirando el azul transparente de las aguas, rizadas apenas por el soplo de la brisa, donde se reflejaban el más claro azul del cielo y las ligeras nubes, que parecían de nácar, purpura y oro.
Palabra del Dia
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