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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Un criado anunció al conde de Leoville y al entrar éste el doctor se adelantó a recibirle sonriente; Amaury le estrechó la mano con timidez y Avrigny, le condujo ante Magdalena, que le miraba asombrada. Hija mía le dijo; te presento a Amaury de Leoville, tu prometido. Amaury añadió volviéndose hacia el joven, he aquí a Magdalena de Avrigny, tu futura esposa.
Hágase tu voluntad, hija mía... Ahora, déjame un momento a solas para que entre Amaury, que también parece que tiene que decirme algo importante. Ya te llamaré después. Y el doctor despidió a su sobrina estampando un prolongado beso en su frente virginal. Así que salió Antoñita, el señor de Avrigny llamó a Amaury en voz alta.
En cierta ocasión, el señor de Avrigny, que desde lejos observaba a Magdalena, se aproximó a ella después de un baile, y le dijo: Harías bien en retirarte, hija mía, pues no te conviene permanecer más tiempo en el salón. ¡Pero si me encuentro aquí muy bien! respondió ella con viveza. Me distraigo con el baile y en ningún sitio creo que estaré mejor. ¡Pero Magdalena!
La fecha de la partida, depende de ti, hija mía respondió el señor de Avrigny, tan pronto como puedas soportar el traqueteo del coche, después que hayas probado tus fuerzas, dando algunos paseos por el jardín apoyada en mi brazo o en el de Amaury, emprenderemos el viaje. Pues no tengas cuidado, papá. Haré lo que me mandes y pronto estaré dispuesta para la marcha.
Avrigny, señaló la cantidad de un millón de francos como dote de su hija.
»Pero, ¡ay! aquel silencio motivábalo únicamente la admiración, demostrada bien pronto por los elogios de que todos aquellos hombres hicieron objeto al doctor Avrigny, a quien consideraban como honra y paz de la Francia médica.
»Pero encomiéndeseme la curación de la más leve enfermedad moral y se estrellará mi orgullo en el escollo de la impotencia. »¡Ah! ¡Es que hay otros males que no alcanza a curar la ciencia humana! Así perdí a la única mujer que ha sido dueña de mi cariño, a la madre de Magdalena. »¡Oh, Avrigny!
» Pero eso de atravesar solos el bosque... ¡Es extraño que el señor de Avrigny haya concedido tal libertad a sus hijos!... » ¿Y por qué no? repuse con mucho orgullo. Ya saben en casa que yo conozco el camino. » De todos modos no estaría de más el volver acompañados. » ¡Oh! Muchas gracias, pero es inútil.
Serían las diez y media de aquella misma mañana, es decir, una hora después de los sucesos que acabamos de narrar cuando Amaury se apeaba de su caballo a la puerta del doctor Avrigny, en el mismo instante en que también se detenía ante ella ti coche de Antoñita.
Antonia, acercando sus labios al oído de Avrigny le dijo en voz muy baja: Está usted celoso, tío. ¿Yo? exclamó el doctor. Sí afirmó la joven y esos celos llegan a hacerle obrar mal. ¡Dios de bondad! exclamó el doctor inclinando la cabeza con profundo abatimiento. Yo creía que sólo Tú, con tu omnisciencia infinita, conocías mi secreto. ¿Acaso hay en ello algo que pueda causar horror?
Palabra del Dia
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