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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Y salió del aposento, acompañado por una afectuosa mirada del doctor, sin que Antonia, muy ruborosa y turbada, intentase detenerle. Ya estamos solos, hija mía; puedes, pues, hablar. ¿Qué quieres? dijo el señor de Avrigny tan pronto como hubo salido Amaury. Tío mío respondió Antoñita con voz temblorosa y sin alzar la vista para mirar al doctor.

Créeme: a toda costa es preciso que te marches. » Pero Magdalena se figura que aún tardaré en partir... ¿Cómo vamos a decirle?... » No pases pena; ella misma te pedirá que te vayas. »Y después que hubo pronunciado estas palabras, el señor de Avrigny entró en el cuarto de su hija.

Y yo, que he leído esta carta como usted, he visto algo más en ella y le respondo que la ha escrito con el corazón, no con el entendimiento. Entonces... Antonia ofreció a su tío una pluma que él aceptó para escribir acto continuo: «Querido Amaury: Ven a verme mañana. Te aguardaré a las once. »Tu padre, »Leopoldo de Avrigny

Hasta hoy, había creído que esos pasos coreográficos, sólo estaban reservados a los pastorcillos de la Opera; pero por lo visto andaba yo equivocado. ¡Pero, papá! osó decir Magdalena, que acababa de advertir que el doctor hablaba en serio. Ayer aún... Una cosa era ayer, y otra es hoy replicó con sequedad Avrigny. Sujetarse de ese modo a lo pasado es renunciar a dirigir lo futuro.

Me preguntó si podría conversar siquiera cinco minutos con mi tío, asegurándome que con ello tendría suficiente para examinar al doctor Avrigny y ver por los síntomas que le ofrezca si además de la pena que le consume padece en efecto una verdadera enfermedad física. »Yo le prometí hacer cuanto estuviera en mi mano para que celebrase esa entrevista, pero aun no lo he logrado hasta la fecha.

La hija del doctor no se dignó responder y su prima salió del aposento prorrumpiendo en sollozos. El señor de Avrigny detúvola al pasar. Amaury, estupefacto, estaba como clavado en su asiento. Ven, hija mía; ven conmigo, Antoñita dijo en voz baja el doctor. ¡Ay, padre mío! ¡Soy muy desgraciada! gimió la pobre joven.

Era un médico presuntuoso y exclusivista, un hombre engreído que hasta entonces había combatido al doctor Avrigny y pasaba por ser gran detractor suyo. Aquel hombre, con amistosa y respetuosa expresión le dijo: » Yo también tengo a mi madre moribunda como usted tiene a su hija. También yo, como usted, he hecho cuanto era posible hacer para devolverle la salud.

Aquí yace el doctor Avrigny, su padre, muerto en el mismo día y enterrado en... Habían dejado la fecha en blanco; pero el doctor confiaba en que estaría llena antes de un año.

Así, pues, todo es inútil dijo el señor de Avrigny, levantándose también. Dios dejará morir a mi hija del mismo modo que dejó morir a mi hijo. Y salió detrás del cura, que horrorizado al oírle blasfemar de aquel modo, abandonó el despacho precipitadamente. Como era de esperar, ningún efecto produjo el brebaje de Andrés.

Avrigny y su sobrina cambiaron una mirada de inteligencia, pues los dos supusieron en el acto cuál sería el contenido de la misiva de Amaury. El doctor dijo al criado: Venga la carta y di a Germán que espere un momento y podrá llevarse la respuesta. Pocos instantes después tenía Avrigny la carta entre sus manos sin atreverse a abrirla. ¡Valor, tío! díjole Antoñita para darle ánimo.

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