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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Después de la función, Amaury subió a otro coche de punto, y se hizo llevar a casa del señor de Avrigny. Los criados le aguardaban. Se dirigió al despacho de su antiguo tutor, llamó a la puerta y oyó una voz que le respondió desde adentro: ¿Eres tú, Amaury? El joven, después de responder afirmativamente, entró.
Si consiente en lo que le pido, está salvada.» Para relatar los anteriores sucesos nos hemos valido del diario del doctor, por ser éste el mejor medio de enterarnos de todo lo ocurrido a la cabecera del lecho de su hija y de compenetrarnos con el estado de ánimo de los que en ella tenían cifradas sus más caras afecciones. El señor de Avrigny no se equivocaba al decir que estaba mejor la enferma.
Amaury, con el corazón próximo a estallar, retorciéndose los brazos y vertiendo amargo llanto, semejaba la estatua de la desesperación y del dolor. El señor de Avrigny, mudo e inmóvil, sin lanzar ni un suspiro ni derramar ni una lágrima, mordía el pañuelo, tratando de recordar las plegarias recitadas en su niñez y olvidadas hacía ya mucho tiempo.
»Magdalena se había quedado detrás de mí, presa de la mayor turbación. » ¿Todo ese dinero es para invertirlo en flores? preguntó el jardinero. » Sí contestó Magdalena, adelantándose entonces, y queremos que sean las más hermosas que haya, para festejar con ellas a mi padre, el doctor Avrigny en el día de su santo, que es mañana. » ¡Ah!
¡Es un ángel! contestó el párroco de Ville d'Avray. El señor de Avrigny alzó a su vez la cabeza y preguntó: ¿A qué hora se le administrará la extremaunción? A las cinco de la tarde. Magdalena quiere que a esta última ceremonia pueda asistir Antoñita. ¿Es decir, que mi hija sabe ya que va a morir?
La inglesa corrió a la estancia que Amaury le indicaba con la mano mientras que Antoñita le preguntaba: ¿Y usted por qué no entra? Porque me han cerrado la puerta y me han echado de esta casa. ¿Quién? ¡El! ¡el padre de Magdalena! Y tomando el sombrero y los guantes, Amaury huyó como un loco del palacio de Avrigny. Cuando Amaury entró en su casa encontró a un amigo que le estaba aguardando.
Parecía mentira que coquetease con semejante majadero; y era lo peor que aquellas ligerezas acabarían por comprometerla. No; él no debía consentirlas en su carácter de tutor, y amigo y hermano, por lo que decidió pedirle en forma solemne una explicación categórica de su conducta, como lo hubiera hecho en tal caso el doctor Avrigny.
Sí, señor; Magdalena amaba santamente a nuestra pupila, aunque durante los últimos tiempos esta amistad pareció entibiarse. Pero el mismo Avrigny decía que esto era una aberración de su enfermedad, un capricho de su delirio. Pues bien, hablemos seriamente. Nuestro querido doctor desea casarla, ¿no es eso? Así lo creo. Y yo estoy seguro. ¿No le ha hablado a usted de cierto joven?
Déjame hablar, hija mía dijo el señor de Avrigny. Digo que aquí está la vida representada por Amaury y por ti, y a mí me reclama la muerte. Los dos amores que me quedan en este mundo no pueden compensar el que tengo allá, en el otro.
Si la enfermedad no hubiese sido esencialmente mortal, el enfermo habría curado, gracias a los medios usados por el doctor; pero, aunque éste hiciese nuevos milagros, no había remedio; el paciente no podía vivir más allá de quince días. »Cuando oyó esta sentencia el doctor Avrigny palideció; faltáronle las fuerzas y rompiendo en sollozos cayó en su asiento.
Palabra del Dia
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