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Actualizado: 21 de junio de 2025
Me autorizó para pedir su mano al doctor Avrigny. ¡No es verdad! exclamó Amaury. ¿Cómo que no es verdad? ¿Usted se fija en que es un categórico mentís el que acaba de darme? Ya lo creo. ¡Y me lo da deliberadamente! Por supuesto. ¿Y no retira usted ese insulto inmotivado que acaba de dirigirme? ¡De ningún modo! ¡Basta, Amaury! dijo entonces Felipe animándose por grados.
Al entrar en esta casa estaba yo convencido de que para ella no había ningún remedio; pero aquí, al oírle a usted, he variado de opinión: Le confío a usted, señor de Avrigny, la vida de mi madre: usted la salvará. »El doctor estrechó la mano a su colega lanzando un suspiro de tristeza.
Oyose de pronto un leve ruido. Magdalena alzó la cabeza. Amaury se volvió y vieron al señor de Avrigny que les miraba de hito en hito con manifiesta severidad. ¡Mi padre! exclamó Magdalena echándose hacia atrás. ¡Mi querido tutor! dijo Amaury levantándose para saludarle y sin poder disimular su turbación.
A veces la lluvia, la tempestad, una nube que nos intercepta el sol, nos produce un malestar cuya causa no sabemos explicarnos y que determina nuestras alternativas de temperatura moral, si así puede llamarse el fenómeno... Venga usted, querido tutor añadió volviéndose hacia el señor de Avrigny, venga usted a decirle que todos conocemos la bondad de su alma y que ni nos ofende un antojo suyo ni nos alarma uno de sus arranques impetuosos.
Pensamos conservarle aún mucho tiempo respondió Amaury, sin acordarse de que hablaba a un hombre distinto de los demás. Pero yo tengo que hablarle de cosas muy importantes y creo que también Antoñita quiere hablar con usted de algún asunto grave. ¡Muy bien! Pues aquí estoy repuso el señor de Avrigny, revistiendo de seriedad su semblante y mirándoles con cariñoso interés.
Pocas palabras tengo que decirle, pues bien creo que me comprenderá sin necesidad de prolijas explicaciones. Usted ha prometido al doctor Avrigny velar por su sobrina y ser para ella consejero fiel, guía y hermano, ¿no es así? Sí, señor, y espero cumplir mis promesas. Entonces, su reputación será para usted, no sólo respetable, sino muy preciosa. Más que la mía propia, señor conde.
»Con los brazos cargados de flores y el corazón rebosante de alegría salimos de casa del jardinero y emprendimos el camino hacia la quinta de Ville d'Avray. »Ya lo ve usted, Antoñita: el doctor Avrigny, que en cierta ocasión supo salvar a la hija de aquel hombre, no ha logrado salvar ahora a su propia hija.
»De rodillas, con la cabeza inclinada casi hasta tocar en tierra, el señor de Avrigny, murmuraba: » Magdalena, si es verdad que hay otra vida, si el alma no muere con el cuerpo que le sirve de envoltura, si por la misericordia divina les es permitido a los muertos visitar a los vivos, yo te suplico que te me aparezcas tan pronto y tan frecuentemente como puedas, porque hasta el momento en que haya de ir a reunirme contigo yo, hija mía, te aguardaré a todas horas esperando siempre verte.
»Enumero estas circunstancias, que son hijas del acaso y no debidas a mi propio mérito, considerando que con este patrimonio, con la nobleza de mi estirpe, y con la protección de los que me aman puedo escalar la cumbre de la carrera de la diplomacia, a la que me he consagrado. »Caballero: tengo el honor de pedir a usted la mano de su hija, la señorita Magdalena de Avrigny.»
Hombre, no; lo único que sé es que desde hace unos días tengo el propósito de hacerte una visita, y por una u otra causa no te la hago. Comprendo tu vacilación dijo Amaury, sonriendo desdeñosamente. ¿Sí? preguntó Felipe palideciendo. Entonces sabrás... Lo que sé es que el doctor Avrigny me ha encargado de reemplazarle en la guarda de su sobrina y que tengo el encargo de velar por su reputación.
Palabra del Dia
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