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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Amaury se quedó en pie pero tuvo que apoyarse en un ciprés, sintiendo que las piernas no querían sostenerle. Cuando la tumba quedó cubierta de tierra pusieron sobre ella una gran losa de mármol blanco, que ostentaba este doble epitafio: Aquí yace Magdalena de Avrigny muerta en 10 de septiembre de 1839 a los 20 años, 8 meses y 5 días de edad.
Creyó que esta informalidad había ofendido al señor de Avrigny, y se decidió a escribirle oficialmente pidiéndole la mano de Magdalena. Tan pronto como se resolvió a hacerlo, puso manos a la obra, escribiendo esta epístola:
¿Quién podría describir las torturas de un alma en tales circunstancias? El canto de los sacerdotes; el espectáculo de la fosa recién abierta; el rumor de la tierra que cae sobre el ataúd, producen emociones que llenan de horror el ánimo más esforzado. El señor de Avrigny asistió al sepelio, arrodillado y con la frente inclinada.
¡Que está con Antoñita en el jardín! exclamó Magdalena incorporándose para mirar en aquella dirección. Es cierto... ¡Papá, llama a Antoñita en seguida, por favor! Quiero vestirme y necesito su ayuda. Avrigny se aproximó a la ventana y llamó a su sobrina.
»Tratando de resistir a mi propio deseo le respondí que la señora Braun, obedeciendo a instrucciones del señor de Avrigny, no se prestaría en modo alguno a secundar nuestros planes. » ¿Y qué necesidad tenemos de la señora Braun? repuso Magdalena.
»El doctor, la señora Braun y yo, nos relevamos por turno en compañía de una enfermera que nos ayuda a cuidar a Magdalena. A pesar de sentirme rendido de pena y de cansancio, reclamé mi derecho y el señor de Avrigny, se retiró sin hacer la menor observación. »Poco después, Magdalena se ha dormido con un sueño tan tranquilo como si sus días no estuviesen ya contados.
Magdalena lanzó un grito de alegría y Amaury cayó de hinojos. Mas de pronto levantose porque acababa de ver que Magdalena vacilaba y estaba a punto de desplomarse. El señor de Avrigny se apresuró a acercar una butaca en la que Magdalena se dejó caer más bien que se sentó, porque, en efecto, sentíase desfallecer por momentos.
Me alegro mucho le dijo el conde, de que mi pobre y querido doctor me haya dado por compañero en la tutela oficiosa de Antoñita un segundo que merced a su juventud, sabrá leer mejor que yo en un corazón de veinte años y que, por el privilegio que goza de ver a Avrigny, podrá instruirse sobre los planes de mi amigo. ¡Ay, caballero! respondió Amaury con triste sonrisa.
Felipe Auvray parecía estar enojado con Amaury. En un principio había decidido no asistir al baile por juzgarse lastimado en su dignidad; pero, más fuerza que esta consideración había hecho en su ánimo el deseo de poder decir al día siguiente que había estado en el gran baile con que el doctor Avrigny celebraba el enlace de su hija, y no pudiendo resistir a los requerimientos de su amor propio, había ido como todos.
La mirada del joven, que a duras penas lograba reprimir su enojo, vagaba del señor de Avrigny, cuya irritación no atinaba a explicarse, a Magdalena, estupefacta, como él. ¿Aún no has comprendido prosiguió el doctor interrumpiendo sus paseos y parándose delante de ellos, por qué te he rogado que no permanecieses por más tiempo con nosotros?
Palabra del Dia
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