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Por el siglo de mi madre, que me sacase los mismos ojos de mi cara, si alguna desgracia me aconteciese bonita soy yo para eso. JUANA #Tostada#. Sosiégate, prima, que toda la gente viene. CHANFALLA. Siéntense todos; el Retablo ha de estar detrás de este repostero, y la autora también. GOBERNADOR. El señor Montiel comience su obra. BENITO. Poca balumba trae este autor para tan gran Retablo.

Esta profanación que, como es de suponer, causó gran escándalo en Sevilla, fué consignada por algunos escritores en papeles y hojas sueltas, y la autora del hecho fué presa y llevada á la Inquisición, donde sufrió castigo, saliendo en auto público de fe el 10 de Diciembre de 1719, condenándosela á doscientos azotes y á destierro, y en desagravio de la Divinidad se hicieron luego numerosas funcionos en los templos de Sevilla.

No dice la señora autora que pague ninguna Antona, sino que le paguen adelantado, y ante todas cosas, que eso quiere decir ante omnia. BENITO. Mirad, escribano Pedro Capacho; haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo, no.

¡Oh! ¿Qué haría yo, dice usted? repuso acercándose á con tal violencia, que pensé que me iba á saltar los ojos con su nariz, qué haría yo? Seguramente había de tirar mucho partido de esos elementos. Supongamos que soy la autora: ese joven pobre es muy hermoso, es moreno é interesante, un tipo meridional, tórrido, un hijo del desierto.

A don Fermín le bastó lo que oyó al entrar en la sacristía para comprender que se había comentado lo del teatro. Su mal humor fue en aumento. «Lo sabía toda Vetusta, su influencia moral había perdido crédito... y la autora de todo aquello, tenía la crueldad de negarse a una cita».

Su muerte fue de esas que vulgarmente se comparan a la de un pajarito. Decían los vecinos y amigos que había reventado de gusto. Aquella gran mujer, heroína y mártir del deber, autora de diez y siete españoles, se embriagó de felicidad sólo con el olor de ella, y sucumbió a su primera embriaguez.

El día en que trabajó Cristeta por primera vez, estuvo mal servido el estanco. Nadie pensó sino en hacer viajes o enviar recados a casa de la modista, autora del traje que había de sacar a escena, en peinar y repeinar a la nueva artista, y en prepararle una banasta para las ropas y una caja para los untos, cosméticos, polvos, mano de gato y otros afeites.

Pronto la isleña curiosidad se enteró de los nombres de estos forasteros de aspecto alarmante. Ella era una francesa, autora de libros: Aurora Dupín, antigua baronesa separada de su marido, que se había hecho una reputación universal por sus novelas, firmándolas con un nombre masculino y el apellido de un asesino político: Jorge Sand.

Si, por alguna razón secreta, por salvar a su correligionario, la nihilista se había confesado autora de un delito que no había cometido ¿no debería insistir él, Vérod, en la acusación contra Zakunine?

Esa Serafinita es la que le ha sorbido los sesos a mi pobre Carolina, es la autora de mi desgracia y del aborrecimiento que tengo a mi propio domicilio... ¡Oh!, amiga mía, no sabe usted qué enfermedad tan triste es esa del horror a la casa... Felizmente no la conoce usted... Yo quisiera estar fuera todo el día, y no parecer por allí... Insensiblemente me acostumbro a considerar como casa propia la casa de mi amigo, y ni un instante se me va del pensamiento la comparación entre el calor cordial de aquí y la frialdad seca de allá... Soy hombre que no puede vivir sin cariño.