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Actualizado: 12 de julio de 2025


Andrés ya se incorporaba rugiente, mascullando amenazas espantosas; y la muchacha, sin dar un grito, con los labios secos y los ojos llenos de llanto, le esperaba inmóvil, apoyando en la ventana sus brazos doloridos, sumida en un desesperado propósito.

¡Oh, Ra-Ra! dijo con voz tenue . ¡Cómo deseaba verte! Adivinando los propósitos de su visitante, lo puso sobre la palma de su mano derecha, elevándole después hasta su rostro. Ra-Ra se tendió sobre esta meseta de carne y hueso, y apoyando su cara en ambas manos, habló al Gentleman-Montaña: Popito le avisó á usted hace días que algunos de estos hombres que le rodean proyectan asesinarlo.

Vaya respondió el cura, usted exagera las cosas... ¿No soy yo una vencida?... Sin embargo replicó el cura mientras la abuela se enjugaba una lágrima, no hay que ver las cosas tan negras... Podría usted ganar una enfermedad del estómago añadió intentando una broma. Tengo ya tan malo el corazón... murmuré apoyando la cabeza en el respaldo de la butaca. Siento rencor por la sociedad entera.

Allí se detuvo y volvió la vista atrás y contempló con semblante risueño a su confesor, que venía tomando precauciones, apoyando con cuidado el pie en los sitios más secos. Tenía el rostro encendido por la carrera, los cabellos revueltos y sus grandes ojos negros brillaban con expresión de vivo placer. ¡Ande usted, cobarde! ¿Tiene miedo a morirse por los pies?

Nada, salvo que debe usted contestar a mis preguntas. Son de la mayor importancia, y el objeto real de nuestra venida ha sido para poder hacérselas. Primero, ¿ha conocido usted un hombre llamado Blair, Burton Blair? ¿Burton Blair? repitió el anciano, apoyando sus manos en los brazos de su silla al inclinarse hacia adelante ansiosamente. ; ¿por qué? Ese hombre descubrió un secreto, ¿verdad?

Ayudóle a levantar, sosteniéndole por debajo de los brazos, y arrastróle suavemente, para lavarle la herida, hacia el pozo que la marea baja dejaba al descubierto, colocado al pie de una roca, en la orilla misma del mar. El niño se dejaba conducir con entera confianza, apoyando la lívida cabecita, blanca cual un jazmín cortado a la mañana, en el hombro de Paco.

La indicación fue buenamente aceptada; la puerta se abrió y cerró tras del anfitrión, y sus compañeros, apoyando las espaldas contra la pared y cobijándose bajo el alero del tejado, esperaron con el oído atento. Por algunos momentos no se oyó más sonido que el gotear del agua del alero y el de las ramas que luchaban contra el viento que las sacudía, crujiendo por encima de sus cabezas.

No me ofendo; pero en vez de un memo se encuentra usted con un hombre franco que le dice: mi sobrina nada me importa. ¿Se ha casado? Vaya bendita de Dios. ¿No se ha casado y anda usted tras ella? Me es igual. Don Juan resolvió jugarse el todo por el todo, a lo menos en lo tocante a valerse de don Quintín, y apoyando los codos en el mantel, dijo: Es usted un lince y un hombre... leal.

Y dejose caer en el banco de piedras, y apoyando la frente en la fría mesa de granito, rompió en convulsivos sollozos. No grites, hija murmuró Baltasar, aproximándose . No llores... que pueden oírte y es un escándalo. Amparo, mujer, vamos, no hay motivo para esos gritos.

Entonces el tabernero, apoyando las pesadas manos rojas en los brazos del sillón, se levantó resoplando como un becerro y fue a colocarse delante del cartelón, con los brazos cruzados sobre su enorme grupa.

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