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Actualizado: 12 de julio de 2025
Dio cuerda a su velón, y apoyando los codos sobre la mesa intentó leer en las obras de Balmes, que le había prestado el cura de Naya, y en cuya lectura encontraba grato solaz su espíritu, prefiriendo el trato con tan simpática y persuasiva inteligencia a las honduras escolásticas de Prisco y San Severino.
Luego se sienta en el banco del emparrado; y, apoyando los codos sobre las rodillas, se pone a contemplar el suelo. ¿Qué piensas Martín? pregunta Juan con voz cariñosa colocando una mano en el hombro de su hermano.
Algunas monjas se retiraban a su celda a dormir la siesta; otras se iban a la iglesia que era lo más fresco de la casa, y sentadas en las banquetas, apoyando en la pared su espalda, o rezaban con somnolencia, o descabezaban un sueñecillo. Las Filomenas caían también rendidas de cansancio. Algunas se iban a sus dormitorios, y otras tendíanse en el suelo de la sala de labores o de la escuela.
Luego se llevó una mano á los ojos, y apoyando sus codos en las rodillas gimió sordamente: Era mi madre... ¡Mi pobre mamá, que tanto me quería! Hubo un largo silencio. Torrebianca, como si no quisiera mostrar su dolor en presencia de su mujer, se refugió en una habitación inmediata. Elena, ceñuda y malhumorada, le oyó gemir y pasearse al otro lado de la puerta. Así transcurrió mucho tiempo.
Y llevándose el frasco a los labios bebió hasta la última gota, lo lanzó después lejos de sí y apoyando los brazos en la mesa dejó caer sobre ellos la cabeza. Bebimos una vez más a la salud del Rey y es todo lo que recuerdo de aquella noche. Que no es poco recordar. Al despertarme no hubiera podido decir si había dormido un minuto o un año.
No hay nadie dijo Van-Horn . Podemos subir. Cornelio comenzó a elevarse por una pértiga, apoyando los pies en los entalles y agarrándose al mismo tiempo a ellos con las manos, mientras el Capitán le imitaba ascendiendo por otra pértiga, hasta que ambos llegaron al primer descansillo.
Arrimose al sepulcro de Diego del Aguila, apoyando su sien contra el muro, como si esperara un consejo de aquel antiguo caballero de su linaje, dormido allí dentro, en la honra. La gente salía por todas las puertas de la iglesia. Ramiro vio que su rival se estacionaba junto a una pila, con los dedos puestos al borde, esperando seguramente a Beatriz. ¡Es fuerza vencer aquí mesmo! se dijo.
Hablaban a veces dos o tres a un tiempo, pero todos en voz baja que parecía dar más intimidad e interés a lo que se decían. Ana esquivaba unas veces las miradas de don Álvaro, que fumaba apoyando un codo muy cerca de los de Anita, también reclinada sobre el antepecho.
Y los mascarones, apoyando la diestra en el machete viejo o el cuchillo de cocina que llevaban al cinto para «estar más en carácter», sonreían agradecidos. Ich danke... Mochas grasias. Algunos comían entre sudores de angustias, disfrazados de derviches con mantas de cama. Un grave alemán se había puesto el chaleco salvavidas que guardaba todo camarote por precaución reglamentaria.
Usted se extrañará de mis actos y palabras continuó Leonora aproximándose más a él, apoyando un hombro en el suyo, con un abandono fraternal, como si estuviera junto a una amiga.
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