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Actualizado: 12 de julio de 2025
Leonora, apoyando en la balaustrada su pecho soberbio, inclinaba la cabeza, brillando a la luz de la antorcha el casco de oro de su opulenta cabellera. Buscaba conocer en la penumbra a aquel otro tripulante que permanecía sentado y encogido junto al timón. ¡Pero qué buen amigo es este Cupido!... Gracias, muchas gracias.
Los dos mastines que guardaban durante la noche los alrededores de la torre de Marchamalo, cesaron de dormitar bajo las arcadas de la casa de los lagares, con el cuerpo en círculo, apoyando en el rabo las feroces mandíbulas.
Contaba yo tomar otro baño en el foso, llevando conmigo una pequeña escala que me serviría en primer lugar para esperar con relativa comodidad, poniendo la escala contra el muro y apoyando en ella manos y pies mientras estuviese en el agua. Llegada la hora, subiría por la escala al puente y de mí dependería que ni Henzar ni De Gautet lo cruzasen con vida.
Son muy hermosos dijo María algo más animada ; ¿van a salir en El Heraldo? ¿Lo deseáis? preguntó el duque suspirando. Creo que lo merecen contestó María. El duque calló, apoyando su cabeza en sus manos. Cuando la levantó vio en los ojos de María, fijos en la puerta de cristales de su alcoba, un vivo rayo, inmediatamente apagado. Volvió la cara hacia aquel lado, pero no vio nada.
Querida abuela respondí, apoyando la cabeza en su hombro, si esas aborrecidas solteronas fuesen la causa de mi felicidad, ¿las detestarías?... No, hija mía dijo la abuela enternecida. Tu dicha es mi única preocupación... de modo que tú crees... Sí balbucí confusa, sí, creo... ¿Ya no eres opuesta al matrimonio? Muy poquito ya... casi nada.
María comprendiendo aquel movimiento de cariño, corrió velozmente hacia la señorita, y apoyando su cabeza en el seno de ella, murmuró entre gemidos: ¡Por Dios!... ¡déme usted un abrazo! Florentina la abrazó tiernamente. Entonces, apartándose con un movimiento, o mejor dicho, con un salto ligero, flexible y repentino, la mujer o niña salvaje subió a un matorral cercano.
Camucha, no sé para qué, los trajo a mi cuarto. Después se sentó en la cama y empezó a jugar con el almohadón. De repente me acordé que allí estaba mi diario. Camucha es irreflexiva, no tiene conciencia de la gravedad de ciertas cosas. Corrí en seguida, saqué a Camucha de mi cama y me senté apoyando la mano en el almohadón. Todos me miraron sin saber lo que me estaba pasando.
Tenía vehementes deseos de volver á la luz; dí el grito de aviso y mis compañeros me sacaron fuera del pozo, ayudados por mí, que ascendía apoyando mis pies en las sinuosidades de las rocas.
El muchacho se sentó en la silla que junto a la cama estaba, y apoyando el codo en esta, aguantó el achuchón, sin mirar a su juez. Tenía un palillo entre los dientes, y lo llevaba de un lado para otro de la boca con nerviosa presteza. Ya se le había quitado el gran temor que la hermana de su padre le infundía.
Un día dijo la reina reclinándose en su sillón y apoyando su bello semblante en una de sus bellísimas manos cazaba el rey en El Pardo; entre los caballeros que acompañaban al rey iba don Rodrigo Calderón, que acababa de ser creado conde de la Oliva y estaba al pie de mi carroza, desempeñando accidentalmente el oficio de caballerizo.
Palabra del Dia
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