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Actualizado: 12 de julio de 2025
Apoyando suavemente la diestra en el hombro de la dama, el Rey de Castilla, vestido de rojo capisayo descolorido, enseñábala sobre el dedo un halcón montano con capirote de púrpura. Una ondulación, un aliento espectral parecía mover por instantes la tela.
Puso sobre ella las manos. El corazón le golpeaba en el pecho fuertemente. Dejose caer de bruces, y con mucha delicadeza para no deshacer la ropa se subió a ella y se extendió, apoyando la cabeza en las almohadas.
Déjate de tonterías replicó ella apoyando los codos en la reja interior y sosteniendo la cabeza entre las palmas de las manos, actitud de aburrimiento que tomaba siempre que estaba largo rato en el locutorio . ¡Ay, Miquis, esto es morir! Con tu permiso, eso es vivir. ¿Pues qué creías tú?... La vida toda es cárcel, sólo que en unas partes hay rejas y en otras no.
En el crucero, arrodilladas entre el coro y el altar mayor, veíanse varias monjas de almidonadas y picudas tocas cuidando de algunos grupos de niñas vestidas de negro, con lazos rojos o azules, según el colegio a que pertenecían. Unos cuantos militares de la Academia, gruesos y calvos, oían la misa de pie, apoyando el ros sobre el pecho de su guerrera.
Tiene la mano izquierda naturalmente caída a lo largo del cuerpo y la diestra puesta en un sillón de terciopelo carmesí, encima de cuyo asiento esta tumbada una perrilla de lanas blanca y manchada que, apoyando el hocico sobre uno de los brazos del mueble, mira con extraordinaria viveza.
No me apartas los ojos de ella, así se hunda el mundo». Instalóse el payo, apoyando los codos en la mesa y las manos en los carrillos, contemplando de hito en hito la misteriosa olla, tan fijamente como si intentase alguna experiencia de hipnotismo. Apenas alentaba, ni se movía más que si fuese hecho de piedra.
«Pero muy bien, perfectamente bien dijo el cura apoyando las manos en los brazos del sillón, para enderezar el cuerpo . Verás ahora, grandísimo piruétano, cómo te pongo yo las peras a cuarto. Tía, buenas noches. Ahora va a ser la gorda. Acostados los dos, hablaremos». Encerrose Nicolás en su alcoba, que era la de su hermano, y ambos se metieron en la cama. Doña Lupe se puso fuera a escuchar.
El ciego alargó su mano hasta tocar la cabeza de la Nela. Siéntate junto a mí. ¿No estás cansada? Un poquitín replicó ella, sentándose y apoyando su cabeza con infantil confianza en el hombro de su amo. Respiras fuerte, Nelilla; tú estás muy cansada. Es de tanto volar.... Pues lo que te iba a decir, es esto: Hablando del mar me hiciste recordar una cosa que mi padre me leyó anoche.
El que me tienes ha resistido bien a ciertas pruebas; ¡quién sabe si podrá resistir a otras! El amor que te tengo dijo el joven marqués apoyando la mano sobre el corazón tiene fuerza para resistir a todas las pruebas. ¿A todas? A todas. ¿Y si yo te pidiese la vida? ¡Bah, bah! repuso alzando los hombros con ademán desdeñoso , eso sería pedir muy poco.
Ni esto respondió Nieves señalando con la uña del dedo pulgar la mitad de la yema del índice de su diestra. Pues ya irá saliendo el caso poco a poco dijo su padre echándose a reír y apoyando ambas manos sobre los respectivos muslos ; ya irá saliendo... Con que mucho ojo ahora, para que no se te pase por alto el hilo.
Palabra del Dia
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