Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 12 de julio de 2025


Feliciana hizo el mismo gesto de espanto que si despertase de súbito completamente desnuda a la vista de los hombres. Se arrancó del brazo de Maltrana y corrió hacia un árbol inmediato, apoyando en él los codos, ocultando la cara entre las manos. No quería que la viese Isidro. Tenía miedo de mirarle. Ahora lloraba de veras, y gemía entre suspiros: ¡Qué vergüenza, Señor!... ¡qué vergüenza!

En aquel momento dirigió los ojos hacia el lugar donde reposaba Magdalena, y levantose de súbito, apoyando la mano sobre uno de los brazos de su butaca con una fuerza insólita, exclamando con visible emoción: ¿Quién es aquel que está ante la tumba de Magdalena? Dime, ¿quién es? Después sentose de nuevo, diciendo: ¡Ah! no es un extraño: es él. ¿Quién? exclamó Antoñita precipitándose al exterior.

Dando trompicones, entró Ido en una de las alcobas, y apoyando la rodilla en el camastro que allí había empezó a dar golpes con el palillo, pronunciando torpemente estas palabras: «Adúlteros, expiad vuestro crimen». Los que desde el corredor le oían, reíanse a todo trapo, y Nicanora arengaba al público diciendo: «pronto se le pasará; cuanto más fuerte, menos le dura».

En ese instante, una criada, vestida sólo de angosta falda verde y amarilla, presentose en la estancia, apoyando en sus morenos pechos desnudos un dorado azafate, sobre el cual venían los pomos, los botes, los pinceles, las tenacillas y otros menudos objetos que el mancebo no alcanzó a distinguir.

Hablaron con Margalida unos cuantos atlots, pero de pronto, viendo la silla libre, el Cantó avanzó para sentarse en ella, sujetando el tambor entre la rodilla y un codo y apoyando la frente en su mano izquierda. La baqueta golpeó lentamente el parche, mientras sonaba un largo siseo reclamando silencio.

Bueno, pues ya que yo soy rico y ellas pobres, quiero dividir con la señora Clement y con Rosalía el dinero que me deja mi padre. Al oír estas palabras, el cura se levantó, tomó las dos manos de Juan, y atrayéndolo hacia , lo rodeó con sus brazos, apoyando su cabeza blanca sobre la cabeza rubia del joven.

El viejo habíase sentado en una silla baja, apoyando su espalda en el lecho, y con la cabeza inclinada parecía sumido en dolorosa reflexión. Doña Manuela, lloriqueando, fijaba sus ojos con expresión interrogante en el implacable hermano, como si le pidiera misericordia.

Se dirigió al balcón, y apoyando la frente contra el vidrio, miró hacia la calle que enfilaba con el portal, por donde ella probablemente vendría. Así permaneció un rato, que se le antojó muy largo; mas al consultar de nuevo el reloj, vio que apenas se había movido el minutero. «Es difícil que una señora sea puntual; ¡tardan tanto en emperejilarse

A esta voz sorda y ronca, Pen-Ouët, al que se hubiera creído profundamente dormido, se levantó en una especie de acceso de somnabulismo, y se sentó en las rodillas de su madre, que tomó sus manos entre las suyas, y, apoyando su frente contra la del idiota, dijo: Pen-Ouët, pregunta el tiempo que Teus le concede de vida... En nombre de Teus, respóndeme.

¡Si yo pudiera creer que al otorgarme este favor, usted se muestra bien dispuesta a acceder a mi petición! murmuró Huberto apoyando sus labios sobre la fina mano que la joven le tendía para darle un adiós definitivo.

Palabra del Dia

malignas

Otros Mirando