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Actualizado: 16 de mayo de 2025
En vista de ello, acepté, dándole las gracias, y observé que el joven, antes de retirarse, dirigió una última mirada al salón, y apoyándose un instante contra el palco inmediato, pareció buscar a alguien con la vista; luego, cayendo, súbitamente, en una profunda meditación, ya no pensó en marcharse.
Paz, después de saludarle, no se atrevió a desplegar los labios: carecía de experiencia en tales achaques; pero su instinto femenino le decía que no era ella quien debía hablar primero, y apoyándose en el marco del balcón dejó pasar unos instantes.
Y su hilaridad ganó a los demás, dispuestos de antemano a alegrarse con todo lo que alterase la vida uniforme de a bordo. En fuerza de pasar entre las mesas y mirar con su aparato óptico, dio con la que ocupaba el comandante del buque, y apoyándose en el tridente, empezó un discurso en alemán, con voz ruda y autoritaria: Yo soy Tritón, y me envía mi señor Neptuno...
Nada de particular tenía todo esto; pero sí lo tuvo, y mucho para mí, lo que sucedió enseguida; y fue que, vuelto de repente hacia nosotros el hombre que descargaba el carro, y mientras nos miraba frunciendo mucho los ojos, apoyándose gallardamente en el horcón clavado por sus puntas en el heno, observé que Neluco se descubría delante de él y le saludaba con el nombre del caballero a quien íbamos a visitar.
La duquesa de Gandía era acérrima partidaria de don Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, marqués de Denia y secretario de Estado y del despacho. Tenía para ello muy buenas razones, porque sólo apoyándose en buenas razones, podía ser amiga del duque la virtuosa duquesa.
¿Sabes que es un garrote tremendo ese que llevas? No es malo, señorita, pero lo que importa es manejarlo bien cuando llegue el caso. Dámelo, y toma. Yo llevaré el palo y tú la sombrilla, que no me hace falta. Y empezó á caminar apoyándose en él con mucho donaire. Al cabo de un rato dijo con gesto de fatiga: Mira... Llévalo tú, que no puedo.
Al ver aquellas formidables barreras de granito se comprende la tenaz y secular resistencia de las dos razas que lucharon durante ocho siglos, apoyándose y defendiéndose una y otra con el poder de la naturaleza y disputando el terreno palmo á palmo, en las gargantas estrechas de las serranías.
Aquella noche en la tertulia se hablaba en primer término del paseo de Vegallana. ¿A dónde bueno, Marqués? le preguntaba un amigo que le encontraba en el campo. A Cardona por la Carbayeda... mil ciento uno... mil ciento dos... tres... cuatro... y seguía marcando el paso, apoyándose en un palo con nudos y ahumado, como el de los aldeanos de la tierra.
Bajaba los escalones, uno a uno, deteniéndose, apoyándose en el pasamano, y las lágrimas le caían gota a gota, sobre la falda negra; ese movimiento rencoroso de todo el que sufre, contra la indiferencia del mundo exterior, experimentólo la señora al ver el cielo tan puro y el sol tan brillante, cual si no tuvieran noticia de la desgracia ocurrida y de la más tremenda que se preparaba.
Pero su digestión de esquimal harto no le permitía indignarse, y escuchó con expresión amable a su hermana, que, inclinada sobre él, apoyándose en su misma butaca, le hablaba mimosamente, como si fuese una niña. Hay que seguir las costumbres, Juan; si no, los criados, en vez de respetarla a una, se encargan de desacreditarla.
Palabra del Dia
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