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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Observé que se acercaba a su hermana más estrechamente que nunca, que salía con mucha frecuencia apoyándose en el brazo de su padre, que la adoraba, pero que no tenía ni las mismas aficiones que ella ni las costumbres de la alta sociedad. Un día que fui a su casa, y mis visitas eran contadas, me dijo: ¿Quiere usted ver al señor De Nièvres? Me parece que está en su gabinete.

Pasó por mi imaginación un personaje dramático. Con la vista fija en el chisporroteante fuego, pensaba para mis adentros cuál podría ser, esforzándome en seguir el hilo de mis memorias hacia el revuelto pasado, cuando una mujercita de tímido aspecto apareció en la puerta, y apoyándose pesadamente contra el marco, dijo con voz débil. ¡Marido!

Los que estaban lejos se incorporaban para escuchar, apoyándose en la mesa o en el hombro del más cercano. Recordaba el cuadro, por modo miserable, la Cena de Leonardo de Vinci. La atención profunda del auditorio, el interés que se asomaba a las miradas y a las bocas entreabiertas, sedujeron al Tenorio de Vetusta, le halagaron y habló como podría hablar sobre el pecho de un amigo.

La pareja se escondió bajo la bóveda no muy alta de una galería de perales franceses en espaldar. La luna atravesaba a trechos el follaje nuevo y sembraba de charcos de luz el suelo a lo largo del obscuro camino. Mayo se despide con una espléndida noche dijo Ana, apoyándose con fuerza en el brazo de su marido. Es verdad; hoy se acaba Mayo. Mañana Junio.

Era de ver su ligereza de gorrión, su prontitud para correr de un punto a otro, perseguida, mas no alcanzada. Corrió a la ventana, que por ser de piso bajo estaba a dos varas de la calle, abriola, y apoyándose en el alféizar, vuelta hacia dentro, dijo así con animosa voz: «Si usted no me abre la puerta y me deja salir, grito desde aquí y pido socorro».

Fortunata sintió que toda la sangre se le subía al rostro, y se puso muy sofocada. Rubín estiró el codo sobre el lecho, apoyándose en él con actitud perezosa, semejante a la que tomaba en la botica cuando leía. «Es preciso que lo sepas pronto. Todo lo que tardes en saberlo, tardas en regenerarte».

Mas como ella se detuviera de nuevo para repetir aquel concepto de la honradez, Feijoo, que era hombre muy franco, no pudo menos de decirle: «Amiguita, usted no está buena, quiero decir, a usted le ha pasado algo muy gordo. Confiese usted a , que soy un amigo leal, y le daré buenos consejos». ¿Pero duda usted dijo Fortunata, apoyándose en la pared , que yo haya sido siempre...?

Una trinchera bien ancha separaba las dos mitades: por medio de la trinchera cruzaba la vía férrea. El encanto silencioso, la dulzura agreste, la amable soledad de aquel retiro habían desaparecido. D. Félix lo rodeó todo lentamente. Apoyándose en su bastón miraba con terrible insistencia aquella brecha que la piqueta del progreso había abierto en su campo.

Julián, por reacción natural del miedo disipado, que se trueca en inexplicable gozo, iba a reírse del suceso; pero notó que Nucha, cerrando los ojos y apoyándose en la pared, se cubría la cara con el pañuelo. No es nada, no es nada... murmuraba. Un poco de llanto nervioso.... Ya pasará.... Estoy aún algo débil....

Sabel, por su parte, a medida que el banquete se prolongaba y el licor calentaba las cabezas, servía con familiaridad mayor, apoyándose en la mesa para reír algún chiste, de los que hacían bajar los ojos a Julián, bisoño en materia de sobremesas de cazadores.

Palabra del Dia

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