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Actualizado: 16 de junio de 2025


Don Ramón les escuchaba a todos, gravo, cejijunto, con la cabeza inclinada, teniendo a su lado al pequeño Rafael, apoyándose en él con un ademán copiado de los cromos, donde él había visto a ciertos reyes acariciando al príncipe heredero. Las tardes de sesión en el Ayuntamiento, el cacique no podía abandonar su patio.

La muchacha, que había vendado su herida, que había visto desnudo su pecho robusto, perforado por aquel rasguño de labios violáceos, no osaba ahora, que le veía de pie, ofrecerle su brazo cuando paseaba vacilante, apoyándose en un bastón. Entre los dos marcábase un ancho espacio, como si sus cuerpos se repeliesen instintivamente; pero los ojos se buscaban, acariciándose con timidez.

El que fué por el vino vuelve con un enorme jarro lleno de él en una mano, y con una taza de barro blanca en la otra. Desátanse, á su vista, más y más las lenguas del corrillo; sonríense todas las fisonomías, y el rústico Ganimedes, apoyándose en la yugata de la pareja, comienza á escanciar el vino con gran pulso y mucha solemnidad.

Los ojos de Batiste, habituados á la lobreguez de la bóveda vegetal, vieron con toda claridad á un hombre que, apoyándose en la escopeta, salía tambaleándose de la acequia, moviendo con dificultad sus piernas cargadas de barro. Era él... ¡él! ¡El de siempre!

El vicario, apoyándose en tan autorizado dictamen, falló contra el guardián; pero éste no se dió por derrotado, y apeló ante el obispo, quien confirmó la resolución.

Los testigos son oidos, y el rústico tribunal, apoyándose en los hechos que conoce por mismo y las circunstancias probadas, pronuncia un fallo que es irrevocable, que todo el mundo respeta y obedece religiosamente y que jamas se escribe.

Por detrás de las colinas, en segundo término, alzaban su frente altísimas montañas de piedra blanca; más allá de éstas alzábanse otras aún más altas; después otras más altas todavía, y así sucesivamente una serie indefinida de peñascos, apoyándose los unos sobre los otros, cual si se empinasen para echar una ojeada a aquel rinconcito fresco y deleitoso.

Luego rió, apoyándose con fuerza en su brazo, tendiendo el rostro hacia él. ¡Tienes celos!... ¡Mi tiburón tiene celos! Sigue hablando. No sabes lo que me gusta oírte. ¡Quéjate!... ¡pégame!... Es la primera vez que veo á un hombre con celos. ¡Ah, los meridionales!... Por algo os adoran las mujeres. Y decía verdad.

Llévale la cascarilla a mi madre... dile que me duele la cabeza... no le digas la verdá, por el alma de quien más quieras.... que no se hará ella de cargo.... Amparo se quedó algo tranquila: sólo a veces un dolor lento y sordo la obligaba a incorporarse apoyándose sobre el codo, exhalando reprimidos ayes. Ana corría, corría, sin cuidarse de la lluvia, hacia la ciudad.

Aresti tenía buenas piernas, acostumbrado como estaba á aquel país montuoso, y apoyándose en la cachaba seguía sin dificultad al pinche que casi corría por el camino, con dirección á Labarga, uno de los barrios extremos de Gallarta, situado en plena explotación minera. Así como ascendían por el áspero camino, era más fuerte el viento y se ensanchaba el paisaje.

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