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Y realmente su rostro angelical, destacándose en aquel momento del tosco capuchón, parecía el de uno de esos monjes ideales que cruzaban misteriosamente por los claustros de los templos góticos para ir a postrarse ante el altar de la Virgen. Por eso algunos de sus actos que parecían extraños no lo eran, si se atendía a que este joven vivía con el espíritu en otros tiempos más nobles y santos.

MÁXIMO. ¡Ah, pobre chiquilla! Lo que te anuncié... ¿Apuntan ya las seriedades de la vida, las amarguras, los deberes? ELECTRA. Quizás. Noto en tu rostro una nube de tristeza, de miedo... gran novedad en ti. ELECTRA. Quieren anularme, esclavizarme, reducirme a una cosa... angelical... No lo entiendo. No consientas eso, por Dios... Electra, defiéndete. ELECTRA. ¿Qué me recomiendas para evitarlo?

Conversábamos a orilla del mar, siguiendo la ondulada línea de una preciosa bahía, y admirando desde la playa, los espléndidos efectos de luz que el astro de la noche prestaba a las argentadas ondas. Yo le daba el nombre de esposa y ella repetía el mío con voz suave, angelical.

La que debe tener lustre es el alma, no el calzado. Parece mentira que los humanos demos tal valor a estas niñerías. ¡Injusto estuve con la pobre chiquilla! ¡Inocente y angelical criatura! Soy un animal... ¿Pero quién es el guapo que de estrellas abajo entiende y practica la justicia? El tenido por justo hace setenta y dos barbaridades cada día.

Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. El, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Quizá un recuerdo de aquella escena vagaba por su mente, pues repetidas veces se detuvo para apoyar las encendidas mejillas en su mano, como si otra vez debiese aparecer la figura de la niña, de pie en el umbral y repitiendo con voz angelical la consabida pregunta de: ¿es mamá? Mas este nombre le atormentaba ahora cruelmente.

Me dice también mi hijo, que si es necesario él me apoyará contra todas las oposiciones de la familia, hasta el momento en que sea completamente libre de seguir sus inclinaciones naturales; Cesarina, al oír esto ha contestado que no había experimentado más que el natural sentimiento en toda persona reconocida a otra a quien ha inspirado una pasión, y que seguiría sin pesar alguno la voluntad de la familia, que se uniría sin repugnancia al hombre apreciable que se le destinaba; parece, por lo tanto, que hay en ello tanta reflexión como simpatía. ¡Feliz el marido a quien la Providencia le depare tan angelical criatura!

Así y todo, aun los más prevenidos contra aquella índole literaria tan angelical y tan simpática, ante quien toda crítica enmudece, no podrán menos de reconocer a la insigne dama andaluza, autora de Clemencia y de La Gaviota, el mérito supremo de haber creado la novela moderna de costumbres españolas, la novela de sabor local, siendo en este concepto discípulos suyos cuantos hoy la cultivan, y entre ellos Pereda, que afín además por sus ideas con las de Fernán Caballero, se ha gloriado siempre de semejante filiación intelectual.

Los primos estaban como dos tortolitas, arrullándose siempre. Mientras más miraba él a Echeloría, más linda y angelical la encontraba y más melifluo se ponía con ella. Y mientras más miraba Echeloría a Mutileder, mayor número de perfecciones y de excelencias hallaba en él.

Una dama angelical, conocidísima en los altos círculos por su ingenio, su elegancia y su belleza, habíale arrancado, en un banquete, una confesión explícita, aunque no pública, de sus nuevas simpatías dinásticas... Un ramo de violetas había sido la ocasión, y un ángel fue el instrumento. ¡Feliz el atleta que entra en la nueva senda bajo tan poéticos auspicios!...