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«Todavía, todavía dijo la cuitada con lúgubre tristeza , no , no ... Quizás no haya nada... Me pasan cosas horrorosas... No me pregunte usted. Eso se queda para , para sola. Permítame usted que no diga una palabra más. Mi buen maridito es una alhaja... pero no me corresponde a contar sus proezas... Demasiado públicas son por desgracia... No se ría usted de si me ve llorar.

Tuvo la Religiosa sus imaginadas habladurías, y dió de respuesta, que vendiese la alhaja y la repartiese entre los pobres. El caso fué, que la alhaja de que hablaba el Arzobispo era su alma, y si Jesu-Christo hubiera hablado con la Monja, no le hubiera dicho que la diese á los pobres. Otra Religiosa decia, que Dios todos los dias la subia hasta el Sol, y la hacia ver la hermosura de aquel Planeta.

Para que os de su parte, en prenda de la mucha estima en que os tiene, esta alhaja. Y me dió esa gargantilla. Yo no puedo aceptar un regalo le dije de una persona á quien no conozco. Podéis estar segura de que es muy principal. Pues siendo tan principal, y teniendo por tanto interés que me regala le dije , ¿qué interés puede tener en que yo no sepa su nombre?

El Egipcío no cabia en de enojo. ¡Qué abominable pais es Basora! mil onzas de oro no me han querido dar sobre la alhaja mas preciosa del mundo. ¿Cómo así? dixo Setoc; ¿sobre qué alhaja?

Lo más particular fue que cuando se despidió, el Pituso quería irse con ella. «Volveré, hijo de mi alma, volveré... ¿Veis cómo me quiere?, ¿lo veis?... Con que portarse bien todos, y no regañar. Al que sea malo, no le quiero yo...». vi No se le cocía el pan a Barbarita hasta no aplacar su curiosidad viendo aquella alhaja que su hija le había comprado, un nieto.

¿Y el relicario de María Clara? preguntó Sinang. ¡Es verdad! exclamó el hombre, y un momento sus ojos brillaron. Es un relicario con brillantes y esmeraldas, dijo Sinang al joyero; mi amiga lo usaba antes de entrar de monja. Simoun no contestó: seguía ansioso con la vista á Cabesang Tales. Despues de abrir varios cajones dió con la alhaja.

Doña Lupe, hágame el favor de traerle la ropita, porque no está bien que salga a la calle con esa facha. ¿Pero a dónde le va usted a llevar? Déjeme usted a , señá ministra. Yo me entiendo. ¿Teme que le robe esta alhaja? Mi ropa, tía, mi ropa dijo Maxi tan animado como en sus mejores tiempos, y sin ninguna apariencia de trastorno mental.

Aunque Pepita no fuese una paja, Antoñona la alzó del suelo en sus brazos, como si lo fuera, y la puso con mucho tiento sobre el sofá, como quien coloca la alhaja más frágil y primorosa para que no se quiebre. ¿Qué soponcio es éste? preguntó Antoñona . Apuesto cualquier cosa a que este zanguango de vicario te ha echado un sermón de acíbar y te ha destrozado el alma a pesadumbres.

Podrá llevársela Dios, que es Señor de todos nosotros; podrá, aunque no es bonita, encontrar un hombre que aprecie lo que ella vale moralmente, y entonces yo les bendeciré y daré gracias a Dios; pero lo que es eso de hacerla ver que es fea, envenenándole la vida para que huya del mundo, arrebatármela como se roba una alhaja... lo que es eso, yo le juro a usted que no será...

No, señora: nosotras no tenemos ninguna, hija contestó con mucho enfado María de la Paz: es una mozuela, una loca que admitimos aquí por compasión, esperando que se corrigiera; pero ... ya me lo sospechaba yo. ¡Qué alhaja! ¿Ves lo que yo decía? Dios mío, ¿para qué admitimos aquí á semejante mujerzuela? Señora manifestó Salomé, oprimiéndose el estómago y rehaciéndose de su vahído.