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¿Sabe usted, amigo, que el trote de este jamelgo es un poco duro? Si usted tuviese la bondad de ir más despacio... , señor; con mucho gusto. Pues no le nunca quejarse al señor cura de su caballo. Antes dice que es una alhaja... Como yo no estoy acostumbrado a esta clase de montura... Eso será... Aunque vayamos con calma, hemos de llegar al oscurecer a casa.

Que es usted una alhaja. ¿Por qué me dice usted eso, bella Anita? pronunció ya afablemente Borrén, que al verse entre gentes y en calles transitadas había recobrado su aplomo. Porque... que uno se marche cuando enferma.... ¡Pero usted! ¡Pero qué hombres! articuló con ira . ¡Si aunque se acabase la casta... no se perdía tanto así!

La guardaré como en depósito, para devolverla más adelante...» Y ocultó la alhaja en el fondo de un cajón, junto a algunas otras joyas que recibiera de su madre. A los pocos días, el capitán Pérez pidió a Coca en matrimonio... Y Laura, yendo con su hermano a visitar a Vázquez, le contó toda la historia, rogándole no fuera a suponer un manejo torpe y desleal de parte de Coca...

Los joyeros, de perfil semítico, esperaban detrás de sus mostradores las compras más que las ventas, y ofrecían tranquilamente por la alhaja adquirida allí mismo el año anterior la cuarta parte de su precio. El príncipe adivinó de lejos la personalidad de muchos que en esta hora matinal ocupaban ya los bancos frente á la escalinata del palacio.

¡Oh qué reloj tan fastidioso! exclamó la generala apoderándose de él y metiéndoselo de nuevo en el bolsillo sin permitir que lo abriese. Antes, cuando estabas a mi lado no hacías tanto uso de esa alhaja.

Un gesto de entusiasmo y de ternura conmovía los labios afeitados del marqués y las blancas patillas al recordar los altos hechos de algunos animales salidos de sus dehesas. ¡El toro!... ¡El animá más noble der mundo! Si los hombres se le paresiesen, mejor andaría too. Ahí tienen ustés al pobre Coronel. ¿Se acuerdan de aquella alhaja?

En la cabeza dos peinetas de oro de una sencillez irreprochable sostenían su cabello rubio mate, y fuera de las numerosas cadenas de pulseras que rodeaban sus brazos, ni una sola alhaja, ni una sola flor, ni un solo adorno, lucían en aquella mujer. ¡Qué espléndido vals! me dijo, bailemos, yo no resisto...

Por eso os quiero, ¡ajo! y si he recibido de ti los dos nacionales de las cartas a la primita, es porque soy pobre, y comprendía que aquella era una manera delicada tuya de auxiliarme. Precisamente; por eso deseo que aceptes este reloj, que quizá no valga dos nacionales... Bueno, si es así... pero, conste que yo no te pido nada. El filósofo guardó la modesta alhaja.

Hasta aquí hemos dicho los afectos del ánimo, que necesariamente se excitan á la vista de los objetos que se proponen al entendimiento: resta ahora manifestar, que con las operaciones del juicio anda junta la libertad, que es la alhaja mas preciosa que el Cielo ha concedido á los hombres.

La portera y la otra monja no la pudieron contener, y Guillermina salió al patio por la puerta que lo comunica con el vestíbulo. «Guillermina gritó Sor Natividad desde arriba , no salgas... Cuidado... mira que es una fiera... Ahí tienes, ahí tienes la alhaja que nos has traído... Retírate por Dios, mira que está loca y no repara... Hazme el favor de llamar a una pareja de Orden Público».