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Actualizado: 18 de julio de 2025
Desde el martes mirábala él con descolorida ternura dormías de noche... ¡Oh, podías haberte acostado!... ¡Inmensos, los brillantes! Porque su pasión eran las voluminosas piedras que Kassim montaba. Seguía el trabajo con loca hambre de que concluyera de una vez, y apenas aderezada la alhaja, corría con ella al espejo. Luego, un ataque de sollozos.
Parece que después de esto, poseyendo ya la Iglesia su rica y nueva Custodia, no había ya que pensar en más, y, sin embargo no tardó mucho tiempo sin que el Cabildo proyectase una nueva alhaja.
Ada, ant. por fada hada. Alhaja pequeña ó juguete mujeril. Estar ó ir hecho un brinquiño, ir muy compuesto y adornado. Viaje entretenido, de Rojas, tomo I. Madrid, 1793, pág. 87-93. Según dice Pedraza, Historia eclesiástica de Granada. Dice este historiador en la pág. 42: «Casa del Carbón.
La fundación de la sociedad isabelina servíale de pretexto para entrar en tratos con gente diversa, con cándidos patriotas o políticos ladinos, poniéndose también en relación con militares bullangueros; y así, hablando del bueno del Sr. Rufete, dijo a Salvador: Este infeliz ayacucho es una alhaja que no se paga con dinero.
No me lo hubiera perdonado nunca, y con razón exclamó la joven miss cuando Carlos le explicó el origen de la cruz. Espere usted que se la prenda sólidamente. Y con sus dedos un poco temblorosos prendió la alhaja de esponsales en el uniforme de Carlos, como lo hizo sin duda la pobre criolla cincuenta años antes. ¡Ahora podían ya sonar las trompas!
Una noche la infeliz esposa se encontraba ya recogida en su lecho, cuando la despertó don Fernando pidiéndole el anillo nupcial. Era éste un brillante de crecidísimo valor. Evangelina se sobresaltó; pero su marido calmó su zozobra, diciéndola que trataba sólo de satisfacer la curiosidad de unos amigos que dudaban del mérito de la preciosa alhaja.
Pero, hija, ¿qué te has figurao? ¿Piensas que tengo empeño en tenerte en mi casa? ¡Vaya una alhaja que se me escapa!... ¿Pero tú de qué presumes, criatura?... ¡Si no vales dos maravedís! ¡Si hace ya mucho tiempo que no te despido por compasión!... ¡Pues estamos aviados! ¡No se pone pocos moños el pendoncillo porque le dicen que se quede!... Anda, hija, anda donde estás haciendo falta...
Es un trabajo muy penoso el de la minería. Tú estás teñida del color del mineral; estás raquítica y mal alimentada. Esta vida destruye las naturalezas más robustas. No, señor, yo no trabajo. Dicen que yo no sirvo ni puedo servir para nada. Quita allá, tonta, tú eres una alhaja. Que no señor dijo Nela insistiendo con energía . Si no puedo trabajar.
Poco a poco el trato diario con las gemas llegó a hacerle amar las tareas del artífice, y seguía con ardor las íntimas delicadezas del engarce. Pero cuando la joya estaba concluída debía partir, no era para ella, caía más hondamente en la decepción de su matrimonio. Se probaba la alhaja, deteniéndose ante el espejo. Al fin la dejaba por ahí, y se iba a su cuarto.
Levantóse renegando Melchor, acabó de tragarse los dos últimos bocados de pan y queso, bebió agua, se limpió la boca con el revés de la mano, tomó su capa y su sombrero, y dijo á su mujer. ¿Conque á casa del señor Gabriel Cornejo? Sí; él os dirá, señor, cuánto puede dárseos por esta alhaja. Muchas gracias, señora, y adiós, y quedad en paz, que estoy de prisa. Melchor y don Juan salieron.
Palabra del Dia
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