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Actualizado: 18 de octubre de 2025
Para evitar tiempo, papel y paciencia, diremos que en fuerza de acosar y prometer el uno, acabó el otro por ir largando trapo, hasta que del último remiendo de los calzones sacó un magnífico cronómetro de bolsillo, alhaja que, sin conocerla, le había dado tanto que discurrir. Á su vista, el buen señor quedóse haciendo cruces y bendiciendo á la Providencia en sus adentros.
No reina la misma uniformidad de pareceres, y aun son muy distintas las versiones respecto á cierta cadena que hermoseaba su chaleco, pues aunque todos convienen en que era de double, hay quien asegura ser alhaja de familia, y haber pertenecido á un magnate de la casa, que fué virrey de Napóles, donde la compró á unos genoveses por un grueso puñado de maravedises.
Señor conde, tiene usted una alhaja en este muchacho... sobre todo es mozo formal y de palabra. Señor cura, si no fuí á ayudarle á usted á arreglar la huerta, fué porque estos días anduve muy ocupadado preparando las cuentas... Bien, hombre, bien; yo no te he preguntado nada. No hago más que referir tus méritos y cualidades al señor conde. Es que entiendo bien las indirectas.
Con una mujer de género intermedio, por ejemplo, una de esas viudas que jamás tuvieron marido, tampoco habría duda: todo era cuestión de darle lo bastante con que vivir hasta que hallara quien me reemplazase. A una señora... ¡éstas sí que salen caras!, una alhaja.
Desde entonces, siempre que había garrotes grandes, no careció de estuche en que encerrarse. Por eso decían en la casa: «Duerme como una alhaja».
Al oír esto solté insensiblemente mi bolsa en mi faltriquera, menos poseído ya de mi ardiente caridad. ¡Es posible! Traiga usted una alhaja. Ni una me queda; tú lo sabes: tienes mi reloj, mis botones, mi cadena... ¡Diez y seis pesos! Mira, con ocho me contento. Yo no puedo hacer nada en eso; es mucho. Con cinco me contento, y firmaré los diez y seis y te daré ahora mismo uno de gratificación...
Pero ningún habitante de aquellas regiones de miseria era tan feliz como Adoración, ni excitaba tanto la envidia entre las amigas, pues la rica alhaja que ceñía su dedo y que mostraba con el puño cerrado, era fina y de ley y había costado unos grandes dinerales.
Con gran trabajo, porque se negaba á recibirme, anoche, ya tarde. ¿Y qué pasó en vuestra visita? Díjela que un altísimo personaje me enviaba á ella, y en prueba de su estimación me mandaba entregarla una alhaja de gran precio. Entonces la dí la gargantilla. Alegráronsela los ojos; pero puso dificultades... me dijo que no conociendo á quien aquél regalo la hacía, no debía recibirle...
Pero si estos diamantes fueran falsos... puede ser muy bien... si no lo fueran esa dama debía ser... veamos; examinemos bien esta alhaja. Y Juan Montiño miró de nuevo y de una manera ansiosa el brazalete. Entonces la sangre se heló en sus venas, pasando instantáneamente del frío á la fiebre, como si su sangre se hubiera convertido en la lava de un volcán.
Fértil región, alhaja desprendida de las ondas de un mar que no te arredra, entre árboles gigantes escondida y entre murallas de granito y piedra. Mas tú, Cristóbal, por el ancho espacio lanzando tu mirada, de ricas esmeraldas y topacio labrada viste la inmortal aureola, que la sien del hispano tornasola.
Palabra del Dia
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