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Actualizado: 18 de julio de 2025


¡Dios de misericordia! exclamó el platero . ¿Y dónde irá este señor que pueda dejar con seguridad esta alhaja? dijo con acento insinuante Longinos . Os advierto, caballero, que os vayáis con tiento.

Muchos eran los días que esta joya descansaba en su estuche. No se debe quitar el anillo de novios declaró sentenciosamente Diana. ¿Qué quieres? He estado tan atormentada, he pasado por tales angustias, que no es extraño que se me haya olvidado de ponerme hoy esa alhaja. Eso no es una alhaja, es tu anillo insistió Diana.

Consideró, con todo, que tan prodigiosa alhaja tenía sobrado precio para usada de diario, y la guardó en su cajita y la ocultó con cuidado entre sus más estimados tesoros. Pasaron años, y marido y mujer vivían aun muy dichosos. El hechizo de su vida era la niña, que iba creciendo y era el vivo retrato de su madre, y tan cariñosa y buena que todos la amaban.

Detúvome en la escalera D. Diego, que a toda prisa y muy sofocado subía, y me dijo: Gabriel, ahí me traen otra vez a la buena alhaja de doña Inesita. ¿Quién? El gobernador. Esta noche todas las ovejas descarriadas vuelven al redil... Vengo de allá... si vieras. La condesa ha llorado mucho y se ha puesto de rodillas delante de Villavicencio; pero no pudo conseguir nada. La ley y siempre la ley.

Mi yerno me ha dicho qué tiene usted buen fondo y clara inteligencia, aunque ofuscada por desvaríos y falsas apreciaciones de la vida. Si usted lograra ver cada cosa como es realmente, estábamos de la otra parte. Conque... ánimo. Y para concluir: que tiene usted un hermanito que es una alhaja.

¡Qué dedo tenía Sila! observó al fin; caben dos de los nuestros; como digo, decaemos. Tengo aun otras muchas alhajas... Si son todas por el estilo, ¡gracias! contestó Sinang; prefiero las modernas. Cada uno escogió una alhaja, quien un anillo, quien un reloj, quien un guardapelo.

-Sería algún villano -dijo doña Rodríguez, la dueña-, que si él fuera hidalgo y bien nacido, él las pusiera sobre el cuerno de la luna. -Agora bien -dijo la duquesa-, no haya más: calle doña Rodríguez y sosiéguese el señor Panza, y quédese a mi cargo el regalo del rucio; que, por ser alhaja de Sancho, le pondré yo sobre las niñas de mis ojos.

Era una soberbia alhaja, comprada aquella mañana por Rafaela en los bazares de Liquidación por saldo, a real y medio la pieza, y tenía un diamante tan grande y bien tallado, que al mismo Regente le dejaría bizco con el fulgor de sus luces. En la fabricación de esta soberbia piedra había sido empleado el casco más valioso de un fondo de vaso.

Estos hombres creen que las gentes no son más que lo que parecen dijo con desdén doña Ana. No tal, no; yo no creo eso, porque muy bien que y yo somos una cosa y parecemos otra. Pero tratándose del rey... ¡cuando te digo que no puede ser! ¿Y de dónde ha sacado el cocinero mayor esa alhaja? Cuenta con que las perlas no sean cera, el oro cobre y los diamantes vidrio blanco.

Si usted se empeña en que le descubra cuánto uno tiene en el corazón... francamente, aunque las señoritas son cada una de por muy simpáticas, yo, puesto a escoger, no lo niego..., me quedaría con la señorita Marcelina. ¡Hombre! Es algo bizca... y flaca.... Sólo tiene buen pelo y buen genio. Señorito, es una alhaja. Será como las demás. Es como ella sola.

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