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E luego comienza la razon é haze su salutacion á nuestra señora, por é por las virtudes, diziendo que, aunque desde el dia en que nuestra Señora nascio tenia cumplimiento de todas las virtudes; que al presente dios las embiara para que la acompañasen é sirviesen, é para que todas por su mano las repartiese por los pecadores.

Dos días antes, don Ramón, al hacer el balance del mes, notando que resultaban en su favor quinientas pesetas, procedentes sin duda de un error en la cobranza, había ido a confesar la involuntaria falta, entregando la cantidad al cura para que la repartiese entre los pobres. Y la noticia circulando de boca en boca, agrandábase, llegando a arrancar lágrimas de enternecimiento. ¡Qué hombre aquél!

Aquí no daba treguas á las fatigas, imponiendo á los bárbaros, con increíble paciencia, en costumbres civiles y políticas, enseñándoles la observancia de los preceptos de la ley de Dios é instruyéndolos en los Misterios de la fe; siendo ésta la tarea continua de todo tiempo y de todas horas, y olvidado de mismo, sólo atendía al bien de los prójimos, de suerte, que aun el necesario alimento para conservar la vida apenas había día que no le repartiese con sus cristianos, gozoso y contento con dilatar la gloria de su Señor, y en comprar, á costa de sus sudores, la eterna bienaventuranza á aquella miserable gentilidad; y cuando cansada la naturaleza de tanto trabajo pedía algún reposo, se escondía en la iglesia, y todo absorto en las cosas divinas, se encendía en el amor de Dios, tanto, que no sabía apartarse de su amadísimo bien, hasta que no pudiendo sufrir más el cuerpo flaco, tomaba aquel corto sueño que era necesario para cobrar aliento y vigor, volviendo con más brío y denuedo á cultivar aquellas nuevas plantas.

Tuvo la Religiosa sus imaginadas habladurías, y dió de respuesta, que vendiese la alhaja y la repartiese entre los pobres. El caso fué, que la alhaja de que hablaba el Arzobispo era su alma, y si Jesu-Christo hubiera hablado con la Monja, no le hubiera dicho que la diese á los pobres. Otra Religiosa decia, que Dios todos los dias la subia hasta el Sol, y la hacia ver la hermosura de aquel Planeta.

El primero era D. Miguel, cura de la parroquia, anciano excelente aunque de cortísimos alcances, con quien se confesaba todos los meses, a quien daba sus ahorrillos para que los repartiese en limosnas a los necesitados, y con quien a menudo jugaba al tute. El corazón y la mente de doña Luz eran para el pobre cura el libro de los siete sellos.

Sus chistes brutales, lo mismo caían sobre los hombres que sobre las señoras. Gozaba en la ostentación bárbara de su fuerza. Si aquellos sus devotos admiradores se dejaban humillar tan pacientemente no dándoles nada, ¿qué no sucedería si repartiese entre ellos sus millones, si el becerro de oro comenzase a vomitar monedas?

En consideración al piadoso instituto, á que se aplicaban los productos de estas funciones, concedió en dicho año el consejo de Castilla que se hiciesen también en otros días de la semana, con la condición de que, una tercera parte de la entrada de cada representación se destinase al hospital general, y que lo demás, distribuído en sumas más pequeñas, se repartiese entre los restantes hospitales de la corte.

Iba siempre con los bolsillos repletos de hojitas impresas que contenían oraciones, de pequeñas estampas y de periódicos de religiosa procacidad que le entregaban las asociaciones católicas para que los repartiese. Maltrana le había tropezado un amanecer cerca de la plaza de la Cebada peleándose de palabra con un carretero porque arreaba sus bestias con acompañamiento de tremendas blasfemias.

Fulano había dicho que no dejase de ir al día siguiente a la iglesia de Santa Cruz, pues eran los funerales de un señor de las Conferencias católicas. El cura viejo había dejado en su cuarto dos paquetes de hojitas para que las repartiese. El zapatero, con su cara fosca, se había presentado dos veces, buscándole con gran prisa. Necesitaría dinero: la tal conversión le costaba muy cara.

¿Quién impediría, no obstante, que yo pasase mi vida entre ellos? ¡Idea tan llena de delicias que mi débil imaginación casi no puede concebirla! ¿Quién impediría que yo fuese su esposo, como él, y que ella repartiese su ternura entre los dos? ¿Un alma de una sensibilidad tan viva y tan tierna no nos confundiría fácilmente en un amor? porque, ¿es que la dicha de los demás tiene necesidad de alimentarse de mi desgracia y de mis dolores?