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Y el fervoroso cristiano que volvía del templo, lleno su corazón de místicos regocijos; y el célibe egoísta que, empuñando el roten, se desperezaba á la puerta de su casa, dispuesto á emprender el higiénico paseo extramuros; y el labrador afanoso que arreaba la yunta y dirigía el arado para abrir el primer surco en su heredad; y el bracero menesteroso ... cada cual, á su manera, saludaba con himnos del corazón aquel inolvidable Sábado de Gloria de 1878.

La Ròcha, que así apodaban á la vaca por sus rubios pelos, mugía dulcemente, estremeciéndose bajo una gualdrapa de arpillera, herida por el fresco de la mañana, volviendo sus ojos húmedos hacia la barraca, que se quedaba atrás, con su establo negro, de ambiente pesado, en cuya paja olorosa pensaba con la voluptuosidad del sueño no satisfecho. Pepeta la arreaba con su vara.

Y así entró Desnoyers en la intimidad de la familia Madariaga. La esposa era una figura muda cuando el marido estaba presente. Se levantaba en plena noche para vigilar el desayuno de los peones, la distribución de la galleta, el hervor de las marmitas de café ó mate cocido. Arreaba á las criadas, parlanchinas y perezosas, que se perdían con facilidad en las arboledas próximas á la casa.

Pasó el carruaje como un rayo entre nubes de polvo, pero Fermín pudo reconocer al que guiaba los caballos. Era Luis Dupont que, erguido en el pescante, arreaba con la voz y el látigo a las cuatro bestias que corrían desbocadas. Una mujer que iba junto a él, también gritaba azuzando al ganado con una fiebre de velocidad loca. Era la Marquesita.

En las épocas de feria animábase con la presencia de rancios hidalgos venidos del virreinato del Perú o del reino de Chile para comprar ganado de tiro; hacendados de la tierra baja llegados de las orillas del Plata para vender sus recuas de mulas, y de algún que otro asentista de negros de Buenos Aires que arreaba una partida de esclavos africanos con destino a las minas del Potosí.

Lo que siento es que no hayas ido á darles la bienvenida, porque lo que es tu padre... ya podía llegar el rey de España, que él seguiría tan quieto en su despacho, sin asomar siquiera las narices por el balcón para verle pasar... Pues á poco rato dicen que pasó Pedro á caballo, que traía al niño mayor delante de . El niño iba muy contento, y arreaba la caballería con un latiguillo.

Agréguese á esta algarabía el disputar de los hombres, los gritos de los muchachos, la charla de las criadas que hacían la compra, el ruido de los talleres, el son de unas campanas vecinas que tocaban á niño muerto, los perros ladrando, los pobres pidiendo limosna, bestias cargadas que iban y venían, y el correspondiente vocear del que las arreaba, y se formará juicio aproximado del Corrillo de la Hierba, á las diez de la mañana de un día de Octubre del ya casi octogenario siglo XIX.

Delante, marchaba el ataúd en hombros de los mineros, escoltado por mujeres que daban alaridos y se mesaban el pelo con desesperación de gitanas, y detrás don Facundo, montado en su burra, con sobrepelliz y bonete, seguido á pie por el sacristán, al que llamaba su «corneta de órdenes», siempre cantando, pues los parientes ponían reparos á la hora de pagar si cantaba poco, repitiendo automáticamente los versículos del oficio de difuntos, al mismo tiempo que se daba el compás esgrimiendo sobre su cabeza la vara de fresno con que arreaba á la cabalgadura.

Ni una nube en el cielo y un sol que sacaba chispas de las paredes y parecía reblandecer las losas de las aceras. ¡Arre, valientes!... ¿Qué quieres , Loca? Y mientras arreaba sus machos, alejaba con el pie a la blanca gata, que maullaba dolorosamente, intentando meterse bajo las ruedas. ¿Pero qué quieres, maldita? ¡Atrás, que te va a reventar una rueda!

En tanto, el otro bruto de Alfonsín arreaba las caballerías y cargaba su carro hasta que no podía más. En todos los contratiempos el pequeñuelo iba a buscar refugio en las faldas de su querida mamá, así como la niña siempre se arrimaba a D. Francisco para buscar mimo o pedir justicia en algún pleito con su hermano.