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Actualizado: 19 de mayo de 2025
En el campanario dieron las dos y Moreno dormía todavía. Melín se acercó a la mesa y sacó de su bolsillo un billete que leyó a la luz vacilante de la vela. No contenía más que una sola línea, escrita en lápiz con letra femenina. «Espera en el corral con el boghey a las tres.» Moreno se agitó desasosegado y por fin despertó. ¡Jacobo! ¿Estás ahí? Sí. Te suplico no te marches aún.
En la semioscuridad entreveía aquella faz pálida y demacrada, con una expresión de sufrimiento que alteraba, hasta hacerla desconocida, su amada fisonomía. El señor Aubry no salía de un profundo sopor, y María Teresa pasó las lentas horas del día velando aquella somnolencia. Al empezar la noche, se agitó, y pidió con insistencia que llamaran a Juan.
Una muchedumbre inmensa de blusas azules y pantalones rayados se agitó conmovida, embargada por los más nobles sentimientos religiosos y humanitarios. Acto continuo se trasladaron todos a la antigua iglesia parroquial para cantar el Te Deum en acción de gracias.
Ella se sonrió y guardó silencio. En seguida le volvieron los dolores; se agitó, rechinó los dientes, pero no exhaló una queja. ¿Quieres que llame a Roberto? Ella dijo que sí por señas. Traedme también al niño murmuró. Accedí a su pedido. Hizo colocar a la criaturita en su cama a su lado y la contempló por largo rato. Trató también de besarla, pero estaba demasiado débil.
Fue ella la que habló, pero sin mover los labios, con un parpadeo malicioso que transfiguraba su rostro, dándole el rictus de una hembra prehistórica agitada por la pasión. De sus labios salió un leve silbido que equivalía a una orden imperiosa; al mismo tiempo agitó el índice de su diestra como si le llamase.
Su segunda entrevista con las dos hermanas disipó, como por encanto, la ligera turbación que agitó su alma en el primer encuentro. Preparábase a volver a verlas con mucho placer, pero con toda tranquilidad. Había demasiado dinero en aquella casa, para que pudiera caber el amor de un pobre diablo como él. La amistad era otra cosa.
Fortunata movió la lengua y agitó los labios. En la punta de aquella tenía la verdad, y por instantes dudó si soltarla o meterla para adentro. La verdad quería salir. Las palabras se alinearon mudas y decían: «Sí, es cierto que te aborrezco. Vivir contigo es la muerte. Y a él le quiero más que a mi vida». La batalla fue breve, y Fortunata volvió la terrible verdad a los senos de su espíritu.
Al fin, el más poderoso de todos, el egregio duque de Requena sacó el pañuelo y lo agitó en la ventanilla. Sonó un pito, respondió la máquina con prolongado y fragoroso ronquido, y resoplando y bufando, el tren comenzó a mover sus anillos metálicos y a arrastrarse lentamente alejándose de la estación.
Apoyó la punta del estoque entre los dos cuernos, mientras con la otra mano agitaba la muleta, para que la bestia, atraída por el trapo, humillase la cabeza hasta el suelo. Apretó la espada, y el toro, al sentirse herido, agitó el testuz, repeliendo el arma. ¡Una! gritó la muchedumbre con burlesca unanimidad.
¿Y el verde para el ganado, grandísimo holgazán? ¿Todavía no lo has segado? Ahora mismito, abuela. Anda listo, zángano, comedor, porque si no voy allá y te estrello en la cabeza la sartén. El héroe agitó la cabeza con desesperación; rechinó los dientes. Su alma se inundó de amargura. ¡Cruel humillación para un hombre que había corrido tantas juergas á orillas del Guadalquivir!
Palabra del Dia
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