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Actualizado: 19 de junio de 2025
El exnovicio se pasó el dorso de la mano sobre los labios y mirando á la pared de enfrente entonó la canción pedida con un vozarrón tremendo. Al concluir lo saludaron sus oyentes con una tempestad de aplausos y gritos, y Tristán agarró el vaso de cerveza que halló más cerca y lo vació de un tirón.
De donde se deduce claramente que me quedé corto cuando, escribiendo al inglés, le dije que entre ser lo que ahora soy y volverme a lo que fui, vacilaría... ¡Vacilar, carape! a ciegas me agarro a lo de ayer.
Con un impulso brutal, agarró las manos de la mujer y las separó de su rostro, mirándola fijamente. Aun así, no la reconoció. Pasó mucho tiempo contemplándola, en medio de un silencio penoso. Poco a poco, en las facciones desfiguradas por la enfermedad fueron marcándose para él las antiguas líneas. En los ojos lacrimosos y sin pestañas vio algo que le recordó la mirada azul de la hija perdida.
Ya le he dicho á ese condenao que su primo le espera y no está usted para canciones... Pero Aresti no la hizo caso y se dejó abordar por aquel hombre, diciéndose mentalmente: «¡Qué magnífico animal!» Tembló por su mano, cuando se la agarró el gigantón con una de sus garras de dedos callosos y gruesos.
Ventura, enteramente demudada, vomitó, más que dijo, con la osadía inconcebible de la mujer adorada: ¡Bruto! ¡bruto! La entonación de esta injuria era tan feroz, tan rabiosa, que Gonzalo levantó la cabeza como si le hubiesen clavado un hierro candente. Saltando sobre ella, la agarró por un brazo. La joven lanzó un grito penetrante de angustia.
»Y apenas grité «¡Abajo Guillermo! ¡Mueran los verdugos!» este hombre de guerra, héroe de cien campañas, tal vez porque tiene un sentido de la realidad más exacto que yo, que no soy mas que un pobre poeta, me agarró las manos, suplicándome: «¡Por Dios, maestro! ¡Nada de locuras! ¡Nos va usted a hacer matar a todos!...» Esto no lo habrá olvidado seguramente mi querido camarada de infortunio.
El trabajo, la instrucción, el orden, son atentatorios al estado de naturaleza y deben proscribirse de toda sociedad bien organizada". Ramoncito Maldonado, como siempre, se agarró a los faldones de su amigo Pepe Castro. El lector está enterado ya de la profunda admiración que le profesaba.
¡Por eso mesmo: á la ley me agarro, y viva la de nusotros! Pero una ley mata á otra, y la nueva es la que vale. En lo terrestre, pase; pero no en lo de la mar! Pero, hombre, y dempués de bien desaminao, ¿qué vale too ello? Y aunque valiera, si nos quitan las levas.... ¡Las levas ... retiña!
Ávida de tocarle, la Delfina le agarró un mechón de cabello, lo único en que no había pintura. «¡Pobrecito, cómo está!...». De repente le entraron a Juanín ganas de llorar. Ya no enseñaba la lengua; lo que hacía era dar suspiros. «¿Pero ese Sr. Izquierdo, no está? preguntó a Ido Jacinta llevándole aparte . Yo tengo que hablar con él. ¿Dónde vive?».
Pero un grito se hizo oír frente al hogar. Marner se inclinó para tomar la criatura sobre sus rodillas. Esta se agarró a su cuello y lanzó con una fuerza cada vez mayor esos gritos inarticulados, mezclados con la palabra «ma-ma» por medio de los cuales los niños expresan su perplejidad al despertar.
Palabra del Dia
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