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Actualizado: 4 de julio de 2025
Pero aunque hombre prudente y experto en los negocios, la viuda no se los apreciaba ni aun quería oirlos. Al fin y al cabo, entre él y Salabert existía enorme distancia: el uno era un negociante vulgar, el otro un genio de la banca. Sin embargo, éste asentía con sonidos inarticulados a las indicaciones bursátiles del dueño de la casa. Pepa no se fiaba.
Después quedó algún tiempo sin movimiento y sin respiración, pero los cuidados que recibió del señor de Seligny y de las gentes de la casa reanimaron un momento su vida y pareció querer hacer una revelación importante, sucediéndose sonidos inarticulados en sus labios: «Adela», dijo. «Sí, ya lo sé», contestó el señor de Seligny tratando de evitarle la dificultad de las explicaciones difíciles. «Adela continuó Montbreuse , la hija de Angélica...» «Ya lo sé.» «Adela, la más pura, la más virtuosa de las criaturas...» «¿Y bien?» «Adela, inocente, digna de usted, digna de él... está secuestrada por orden mía...» Maugis no pudo acabar.
Pero habiendo comunicado el proyecto con su tío, este varón esforzado creyó oportuno lanzar una serie de gritos inarticulados, fuera todos ellos del diapasón normal, terminados los cuales se le oyó exclamar: ¡Cómo! ¡Un Cuevas metido a cervecero! ¡El hijo de un capitán de navío, el nieto de un contralmirante de la Armada! Tú estás desarbolado, Gonzalo.
La criatura, acostumbrada a quedar sola largas horas sin que su madre reparase en ella, se sentó en el saco y extendió sus manecitas frente a la llama, llena de gusto, balbuceando y diciéndole largos discursos inarticulados al alegre fuego, como un patito recientemente nacido que comienza a encontrarse bien al sol.
En su mente va ordenando y combinando las ideas que recibe, claras y distintas todas, aunque desnudas de signo sonoro o dibujado que las represente, porque no hay para él palabra hablada o escrita. Sólo puede saber y sabe los varios gritos inarticulados de su madre adoptiva la gacela.
Se plegaba con una paciencia angelical a los hábitos del idiota, caído en la condición de bestia; aprendía a comprender los sonidos inarticulados que el enfermo dejaba oír, y lo miraba sonriendo cuando le rompía el juguete más preciado. El idiota se acostumbró tanto a esa compañía que no quería pasarlo sin ella.
Pero un grito se hizo oír frente al hogar. Marner se inclinó para tomar la criatura sobre sus rodillas. Esta se agarró a su cuello y lanzó con una fuerza cada vez mayor esos gritos inarticulados, mezclados con la palabra «ma-ma» por medio de los cuales los niños expresan su perplejidad al despertar.
Pasaba horas y horas mirándose las uñas o frotándose una mano con la otra, dejando escapar de vez en cuando gritos extraños, inarticulados. Tenía cerca un criado que, cuando se mostraba desobediente y se enfurecía, le castigaba. Pero a quien más respeto tenía, y aun puede decirse verdadero temor, era a su hija.
Se oye de tiempo en tiempo el largo relincho y golpear del casco en el portón. Sale la vieja andando a tientas. Canta un gallo, y el hidalgo, hundido en su sillón de la antesala, espera con la mano sobre los ojos. De pronto se estremece. Ha creído oír un grito, uno de esos gritos de la noche, inarticulados y por demás medrosos. En actitud de incorporarse, escucha.
Yendo así por las desiertas calles, desiertas a causa de lo temprano de la hora, en que los rondadores han dejado ya la reja o la esquina, donde su amor han libado, o donde el rigor de su mala ventura han sufrido; cuando aún el perezoso sueño en el lecho retiene sabrosamente a todo el mondo antes de la tarea cotidiana, de repente le sorprendieron unos tristes ayes que al doblar una calleja le alcanzaron, y mirando al lugar de donde aquellos venían, vio que hacia él delantaban cuatro hermanos de la cofradía de la Paz y Caridad, que sobre sus hombros, en un medio ataúd, llevaban el cuerpo difunto de una mujer, que para sus desposorios con la muerte había sido vestida con el humilde hábito de San Francisco, y detrás venía, abatida la cabeza, mal cubierta con un manto de usada sarga y humildemente vestida, una mujer, que era la que los inarticulados ayes daba.
Palabra del Dia
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