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Actualizado: 12 de julio de 2025


Estas marcas del diario trabajo las adoraba Juanito como cuarteles de nobleza, y las yemas de los rosados dedos, ligeramente encallecidas, chupábalas con tanta delicia como si fuesen caramelos.

»Lo único que en todas mis hipótesis había de cierto, es que Gerardo era un buen padre, que adoraba a su pequeño Carlos, a su hijo, y que se privaría de todo, hasta de su guitarra, por proporcionarle un juguete o un vestido nuevo. El pobre niño estaba enfermo, sufría mucho, y el sol de Nápoles era casi su existencia; a esto debíase la inquietud de Gerardo.

El torpe orgullo que me había animado contra Magdalena y me había prestado armas para combatir contra mi propio amor, aquel deseo malevolente de hallar un adversario en el ser inofensivo y generoso a quien adoraba, las acritudes, las protestas de un corazón enfermo, la doblez de un espíritu entristecido, todo lo que aquella crisis morbosa había extravasado, por decir así, en mis sentimientos más puros, se había disipado como por encanto.

El buen pueblo las adoraba como santas heroínas de la guerra milenaria contra los infieles, y reía cariñosamente de las hazañas de estas Juanas de Arco, pensando con orgullo en lo peligroso que era el trabajo de los musulmanes para abastecer de carne nueva sus harenes.

Sin quererlo yo misma, hablé a todo el mundo de la Reina, y todos me decían, con gran sorpresa de mi parte, que la Reina era la piedad y la virtud personificadas; que adoraba a su marido, al que ayudaba a llevar el peso de la corona, y que no se ocupaba, imitándole a él, más que de la prosperidad de sus pueblos.

Luego hizo el elogio de su esposa, excelente directora de hogar, madre que se sacrificaba con modestia por sus hijos, por su esposo. ¡Ay, la dulce Augusta!... Veinte años de matrimonio iban transcurridos, y la adoraba como el día en que se vieron por primera vez. Guardaba en un bolsillo de su uniforme todas las cartas que ella le había escrito desde el principio de la campaña.

El carácter enérgico de Manolita se sublevó al convencerse de la nueva infidelidad de Rafael. No; ésta no la consentía, aunque el primo le pidiese perdón de rodillas y estuviese todo un año cantando romanzas sentimentales. Quiso vengarse, atormentar al infame, aunque para eso tuviese ella que sufrir, y nada le pareció mejor que aceptar las pretensiones de aquel tendero que la adoraba.

Velarde sintió vergüenza de mismo, y la ola misteriosa subió, subió del corazón a los ojos, hasta hacerle llorar, con la cabeza entre las manos, llorar a lágrima viva, llorar también sollozando, con más debilidad que una mujer, con más pavor que un niño... ¡Su madre que le adoraba!... ¡No le aconsejaría ella cruzar un par de tiros, ofendiendo a Dios; ponerse delante de una bala con riesgo de perder la vida, con riesgo de perder el alma! ¡Y se habían pasado ya tres años sin verla!... ¡Y estaba tan lejos la santa viejecita! ¡Y acababa él, ingrato y perverso, de dejar pasar cerca de dos meses sin escribir una letra a la pobre anciana!...

Sus lindos ojos estaban ya declarando la sazón de su alma o el punto en que tocan a enamorarse y enamorar. Barbarita quería mucho a todas sus sobrinas; pero a Jacinta la adoraba; teníala casi siempre consigo y derramaba sobre ella mil atenciones y miramientos, sin que nadie, ni aun la propia madre de Jacinta, pudiera sospechar que la criaba para nuera.

Tomole de la mano, y yo, por no hacer un papel desairado, le tomé por la otra, y comenzamos a caminar lentamente llevándole en medio. Confieso que maldita la gracia que me hacía aquel chiquillo sucio y haraposo, feo hasta lo indecible; pero quien me viese en aquel instante llevándole suavemente, sonriéndole con dulzura, dirigiéndole frases melosas, pensaría a buen seguro que le adoraba.

Palabra del Dia

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