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Actualizado: 12 de julio de 2025
El chico, al mismo tiempo, iba descubriendo un natural sensible y despejado: adoraba a su madre y la enorgullecía con sus triunfos en el colegio: todos los meses diploma de honor: en todos los exámenes sobresaliente o notablemente aprovechado. Más tarde, cuando alcanzó los diez y seis años, le trajo un periódico donde aparecían unos versos firmados por él.
El pobre hombre, canijo y encogido, adoraba la fuerza, la arrogancia, los uniformes vistosos, y al recordar que el iniciador de la Orden había sido soldado, sonreía con cierta malicia, como si pensase en los devaneos y buenas fortunas de los hombres de guerra, de las cuales alguna habría tocado al santo, cuando aún no pensaba en serlo.
Adoraba a su hijo, vivía temblando de que le pasara algo, pero, a pesar de todo, había querido que fuera militar. Al decidir la aventura que terminó con la detención de la diligencia y al oir las observaciones de su hija al malhadado proyecto, había contestado: Los carlistas son españoles y caballeros y no pueden hacer daño a unas señoras.
Observé que se acercaba a su hermana más estrechamente que nunca, que salía con mucha frecuencia apoyándose en el brazo de su padre, que la adoraba, pero que no tenía ni las mismas aficiones que ella ni las costumbres de la alta sociedad. Un día que fui a su casa, y mis visitas eran contadas, me dijo: ¿Quiere usted ver al señor De Nièvres? Me parece que está en su gabinete.
Adoraba a su familia y amaba a su prójimo; pero jamás se había bañado en su vida por temor de malgastar el agua, objeto de su comercio. Poseía los sentimientos más delicados del mundo; pero no sabía imponerse los sacrificios más elementales que la civilización recomienda. ¡Pobre M. L'Ambert! ¡y pobre Romagné asimismo! ¡qué noches y qué días! ¡qué lluvia de puntapiés!
Mas, con existir entre ellos tal desigualdad de humores, vivían en profunda paz. Pepe adoraba el talento de su mujer, se postraba ante él rindiéndole homenaje en cuantas ocasiones se ofrecían.
Clotilde se confesó conmigo, declarándome que estaba perdidamente enamorada; que sus aspiraciones ya no tenían nada que ver con el arte escénico, el cual le parecía una esclavitud insoportable; que su ideal era vivir tranquilamente, aunque fuese en una guardilla, unida al hombre que adoraba; que la mujer había nacido para ser el ángel custodio del hogar y no para divertir al público, y que estimaba ella más el reinar en una humilde vivienda iluminada por el amor que todos los aplausos de la tierra.
Elena quiso quedarse con las personas serias, pero su marido, que conocía y adoraba su naturaleza infantil, la instó para que formase parte de los excursionistas. Al mismo tiempo dio orden para que los criados llevasen algunas vituallas para merendar. A todo atendía la previsión eficaz y la cortesía llana y tranquila de aquel hombre respetable.
Fuese cuestión de temperamento o de gusto, Casilda no anduvo nunca en noviazgos; para ella no había más hombre que su hermano Pablo Aquiles, a quien adoraba, y que sabía corresponder dignamente a aquel afecto; si con Gregoria andaba a brazo partido, con Casilda estaba a partir de un piñón.
El, tan feo y miserable, que sólo burlas o indiferencia inspiraba a las mujeres, veíase amado, y para mayor asombro, era la hembra la que salía a su encuentro, ofreciéndose en un arrebato de audacia. No dejaba de reconocer que en este amor había mucho de admiración. La pobre muchacha de las Carolinas le adoraba como un ser superior.
Palabra del Dia
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