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Actualizado: 12 de julio de 2025
Vila a la claridad de la luna parada e inmóvil dentro del marco de la ventana, los brazos cruzados sobre el pecho, el busto un poco echado hacia atrás. Al envío del beso, contestó con un ligero movimiento de hombros; en seguida con su bella voz de contralto que tanto adoraba, dejó caer lentamente estas palabras: ¡Adiós... imbécil! Después no he vuelto a verla.
Los más atrevidos Tenorios, famosos por sus temeridades, bajaban ante ella los ojos, y su hermosura se adoraba en silencio.
Como su hijo adoraba á Odette, ella se esforzó en justificar todos los caprichos y saltos de humor de la nuera. ¡Pobre niña! Se había criado sin madre, viviendo como un muchacho. Y vino la guerra. Uno de sus primeros efectos fué dilatar los ojos de la nueva señora Delfour con una expresión de asombro. ¡Pero era posible esta calamidad!... ¡Ahora que la gente se divertía más que nunca!...
Pero Marianela había mezclado con su admiración el culto, y siguiendo una ley, propia también del estado primitivo, había personificado todas las bellezas que adoraba en una sola, ideal y con forma humana. Esta belleza era la Virgen María, adquisición hecha por ella en los dominios del Evangelio, que tan imperfectamente poseía.
D. Juan, que era también rico y tenía su cacho de orgullo, y sobre todo adoraba a su hija y creía que el día menos pensado vendría un duque de Madrid a pedírsela, se irritó grandemente, le llamó rústico, podenco, y juró que, antes de ver a su hija casada con semejante cafre, preferiría que se quedase soltera.
Para Tarlein el triunfo de mi empresa significaba también el de su amor, su unión con la joven a quien adoraba, en tanto que para mí, era aquel triunfo señal cierta de sufrimientos más crueles que cuantos pudiera proporcionarme el fracaso de mis planes.
Anduvieron por el bosque y por el Jardín Zoológico. Miss Mary arrastró a Lita en su cochecito, páranse ante las jaulas de los animales. Lita adoraba los animales. Y ese día, a pesar de su deseo de reanudar cuanto antes la labor, tuvo más gusto que nunca en ver leones, jirafas, avestruces, serpientes, de cuánto Dios crió.
¡Ay, Dios mío! continuó la señora de Aymaret fuera de sí . Pues bien, me lo ha dicho... me lo ha dicho todo... me ha confesado todo... me ha dicho que le ama a usted desde su infancia y que nunca ha amado a otro hombre sino a usted... me ha dicho que la idea de ser su mujer era la única de sus ilusiones... que le adoraba, en fin... y que la tía de usted la obligó a rehusar su mano de usted so pena de desheredarle... que por usted se ha sacrificado... que por usted ha sufrido el martirio... ¡Ahí tiene usted la verdad pura!... y le digo que será el último de los hombres si alguna vez hace que me arrepienta de la indiscreción culpable... culpabilísima... que acabo de cometer... únicamente para evitar una desgracia... para evitar el crimen que premedita usted.
¡Ay, cómo adoraba á aquel bergante, sólo porque era joven y guapo! ¡Con qué insolencia había proclamado su pasión!... El millonario revolvíase con furia al recordar la escena. Veía los ojos de ella, de una provocación insolente, unos ojos de loba en celo y aún creía oír sus desgarradoras palabras, en la jerga internacional que tanto le regocijaba en los primeros tiempos de su amor.
Adoraba el vino con el entusiasmo de la gente del campo que no conoce otro alimento que el pan de las teleras, el pan de los gazpachos o el ajo caliente, y obligada a rociar con agua esta comida insípida, sin otra grasa que el hediondo aceite del condimento, sueña con el vino, viendo en él la energía de su existencia, la alegría de su pensamiento.
Palabra del Dia
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