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Actualizado: 11 de julio de 2025
Entre los retratos de hombres había un obispo que le molestaba por su edad absurda. Era casi de sus años; un obispo adolescente, con ojos imperiosos y agresivos. Estos ojos le inspiraban cierto pavor, y por lo mismo decidió acabar con ellos: «¡Toma!» Y clavó su espada en el viejo cuadro, añadiendo á sus desconchados dos agujeros en el lugar de las pupilas.
Por eso bastaba un simple obstáculo á sus deseos, un desengaño amoroso, algo que sólo puede perturbar la vida de un adolescente, para que se considerase desgraciado... ¡Ah, si tuviera un ideal superior! ¡Si pensara menos en él y más en los hombres! Se estrecharon los manos junto á la verja. ¡Adiós, lady! dijo el príncipe inclinándose. De estar don Marcos presente, hubiese reconocido esta voz.
Así como en la infancia se refugiaba dentro de su fantasía para huir de la prosaica y necia persecución de doña Camila, ya adolescente se encerraba también dentro de su cerebro para compensar las humillaciones y tristezas que sufría su espíritu. No osaba ya oponer los impulsos propios a lo que creía conjuración de todos los necios del mundo, pero a sus solas se desquitaba.
El candoroso joven, que siempre parecía adolescente, permaneció en la misma actitud humilde, como si estuviese esperando el golpe de la cuchilla que había de segarle el cuello. Soy muy malo, D.ª Rafaela articuló dulcemente. No merezco las bondades con que usted me favorece. No le tengo a usted por tal, querido, ni lo tiene nadie... Habrá sido una calumnia... No, no es calumnia por desgracia...
«¡Muy bien, príncipe!... Enamorado como un adolescente pasados los cuarenta. ¡Adelante con tus necedades, si eso te divierte!... ¿Qué dirían los otros enemigos de la mujer?» Pero él no quiso oir esta última protesta de una mitad de su persona, olvidada y hostil.
Toda la tarde me han picado las moscas. ¿Es que yo soy una mosca, Flora? No, tú eres un moscón; no picas pero zumbas, zumbas sin cesar y me mareas. ¿Quieres entonces que me esté callado? Sí, estate calladito y no me digas las simplezas que me ensartaste el día pasado en Rivota. Jacinto bajó la cabeza y permaneció en pie y silencioso. Su rostro terso de adolescente expresaba profunda tristeza.
Agotada la paciencia de Vázquez, él la amenazó con irse y no volver más si no lo aceptaba o rechazaba definitivamente esa tarde... ¡No era él un adolescente para prolongar mucho tiempo esa femenina política del «tira y afloja»! Como Coca lo sabía firme y decidido, temió que ejecutase demasiado pronto su amenaza, y le dio el «sí», ¡el ansiado «sí»!... ¡Ya eran novios!
No es tan niño nuestro héroe como nos pareció cuando por la mañana le vimos acostado en su lecho del siglo XVII. Aunque su rostro, cándido y delicado, es de adolescente, la figura no lo es, y declara en él un joven de veintidós ó veintitrés años, de mediana estatura y bien proporcionado.
Estaba seguro de haberse mostrado brutal y ridículo. El, que con tanta facilidad realizaba el gesto de amor en sus viajes, experimentando muchas veces una comezón de repugnancia ni pensar en sus copartícipes, se rebeló con un pudor irritado ante los avances de la duquesa. ¡No; con ella, nunca! Despertó en su interior la misma antipatía que le había hecho levantar el látigo siendo adolescente.
Oyendo esto, Ramón se arrodilló por despedida ante el umbral del sepulcro, donde dejaba enterrados sus castos sueños de adolescente. Instintivamente acercó sus labios a un manojo de no-me-olvides que se destacaba entre las flores de la niña muerta... Y al besarlo creyó besar los ojos de Lita, creyó besar por primera y última vez los ojos azules de Lita.
Palabra del Dia
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