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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Ya no pudo contenerse doña Ximena; se acercó al joven, le estrechó en sus brazos y le cubrió el rostro de besos, exclamando: ¡Hijo mío, hijo mío! El rey depuso su severidad, y dirigiéndose al joven, le estrechó también en sus brazos, y le dijo: Yo te reconozco; eres mi sobrino Bernardo; te hago merced de la Casa Fuerte y señorío del Carpio.

La duquesa tomó la carta, se acercó á la luz, buscó sus antiparras, se las caló y leyó lo siguiente: «Ayer fuí á vuestra casa y estábais enferma; yo que gozáis de muy buena salud: ayer tarde pasé por debajo de vuestros miradores, y al verme, os metísteis dentro con un ademán de desprecio; anoche hicísteis arrojar agua sucia sobre los que tañían los instrumentos de la música que os daba; esta mañana no contestásteis á mi saludo en la portería de damas y me volvísteis la espalda delante de todo el mundo; todo porque no he podido ser indiferente á vuestra hermosura y os amo infinitamente más que un esposo que os ha ofendido, degradándose.

Y dejó los hombros de don Juan y se acercó á la mesa. ¿Qué haces? dijo don Juan. ¡Tengo sed! ¡una sed que me devora! contestó Dorotea fijando una mirada indescribible en la pera adornada con el lazo rojo y negro que se veía en medio de la mesa. Y tomó una botella y llenó de vino una copa.

Hubo un momento en que Juan Montiño acercó demasiado su semblante al de Dorotea. Dorotea retiró el suyo, y dejó ver en él una dolorosa seriedad. Perdonad dijo Juan Montiño , estoy loco. Perdonad vos más bien dijo Dorotea , pero por vos y para vos soy una mujer nueva. No hablaron más durante algunos segundos. La seriedad de la joven pasó, como pasa un nubladillo por delante del sol.

Lucía bajó la frente y se le encendió la faz, como si un hierro hecho ascua le aproximasen. Al entrar en el hotel, la dueña se acercó a ellos; su sonrisa, avivada por la curiosidad, era aún más complaciente y obsequiosa que antes. Les explicó que había olvidado un requisito: preguntar el nombre del señor y de la señora y su país, para apuntarlo en la lista de viajeros.

»¡Escúcheme dijo a mi esposo; escúcheme en nombre de la salvación de su alma! »E inclinando su cabeza al oído del Conde, le dijo algunas palabras que no pudimos entender. »Durante este tiempo el magistrado se acercó lentamente, aunque guardando una respetuosa distancia.

Y asiendo su silla, que a duras penas pudo levantar del suelo, se acercó a nosotros. Era aquel un auxilio inesperado. ¡Adelante! le grité. ¡Un golpe con la silla! Dechard me dirigió una estocada furiosa, que apenas pude parar. ¡Adelante! volví a gritar al Rey. ¡Pronto, pronto! El Rey lanzó una carcajada y se adelantó de nuevo, empujando la silla.

Pero si no es D. Pedro de Vargas de quien estoy enamorada. ¿Pues de quién entonces? Pepita se levantó de su asiento; fue hacia la puerta; la abrió; miró para ver si alguien escuchaba desde fuera; la volvió a cerrar; se acercó luego al padre vicario, y toda acongojada, con voz trémula, con lágrimas en los ojos, dijo casi al oído del buen anciano: Estoy perdidamente enamorada de su hijo.

Hablaba desde el grupo formado en torno del cadáver, y, al ver que los circunstantes, aprobaban sus observaciones, pidió y obtuvo que la dejaran pasar. Entonces se acercó al Príncipe, que estaba en ese momento apoyado contra la cama, los brazos colgando, contraídas las manos y los extraviados ojos todavía vueltos hacia la muerta.

Un dia de fiesta salió á misa solemne la real familia francesa, acompañada de sus augustos huéspedes. Al ofertorio se acercó una dama á Doña Juana, aproximando á su mano una cantidad de monedas, para que segun costumbre la ofreciese al público en nombre de la reina.

Palabra del Dia

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