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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Carlos se aproximó vivamente a Juanita; pero viendo luego a su hermana que permanecía de pie e inmóvil junto al lecho, se acercó al oído de su querida amiga y pronunció algunas palabras en voz baja. Un rayo de alegría brilló en los ojos de Juanita.
En esto llegó la hora de retirarse. Cuando el duque se acercó a la condesa para despedirse, esta levantó el dedo con aire de amenaza. ¿Qué significa eso? preguntó el duque. Nada, nada contestó ella ; esto significa ¡cuidado! ¿Cuidado? ¿De qué? ¿Fingís que no me entendéis? No hay peor sordo que el que no quiere oír. Me ponéis en ascuas, condesa. Tanto mejor. ¿Queréis, por Dios, explicaros?
Un rumor de celosías resonó junto a él y, antes de que pudiera admirar la blancura de un brazo, cargado de brazaletes, que asomó entre las maderas, una flor, un rojo y ancho clavel, golpeole con viveza en el rostro. Ramiro se acercó a atisbar por la abertura. No se veía sino la hueca lobreguez de una estancia.
Llamaron por segunda y tercera vez con insistencia, y se oyó una voz de mujer que dijo recatadamente detrás de la puerta: ¡Señora! ¡señora! ¡por amor de Dios! ¡oíd, si no queréis que suceda una desdicha! La condesa se acercó á la puerta. ¿Qué sucede, Josefina? dijo. El señor conde de Lemos acaba de llegar á la quinta y pregunta por vuecencia. ¡Ah! ¡mi marido! dijo la condesa.
«Era verdad, no tenía madre como él, estaba más sola que él». Entonces el amor de don Fermín sintió la lástima inefable que sólo el amor puede sentir; se acercó a la Regenta, le tomó las manos. A ver, a ver, ¿qué ha sido? a mí me han dicho... pero qué ha sido... a ver... decía la voz trémula y congojosa del Magistral.
No tuve necesidad, no obstante, de recurrir a informaciones de nadie; una tarde, mi hombre se acercó espontáneamente y, con acento francés muy pronunciado, me dijo confidencialmente, y mirándome a medias, pues lo hacía con el único ojo que cubría su lente y entrecerrando el otro, mortificado por la luz: ¡Diga, vigilante!... ¿No lo ha visto al mayordomo? No, señor..., ¡ayer no lo vi tampoco!
Al punto se abalanzó hacia el pequeño bulto D. Paco, y observándolo y recogiéndolo, dijo: ¿Una cartita, eh? La ha arrojado un hombre. Inés, que se acercó de nuevo a la reja, exclamó con terror: ¡Doña María, doña María viene ya! Se quedaron muertas, petrificadas; pero con presteza extraordinaria las tres empezaron a ordenar los objetos, para que cada cosa estuviese en su sitio.
El viento acariciaba su barba entrecana. Una vez se le acercó lentamente Petrov y le preguntó con voz queda: ¿Hay alguien detrás de la puerta? ¿Quién es?... ¡Es necesario que la abran! ¡Qué tontería! ¿Y si entra cuando usted la abre? Es necesario que la abran. ¿Cómo se llama usted? No lo sé.
Quizá por esto Joaquinita, mientras tomábamos el chocolate a la mesa del conde, se acercó a ella con fisonomía atribulada para decirle medio llorando: ¡Ay, hija, cuánto la compadezco a usted en este momento! ¡Qué triste debe de ser casarse sin tener junto a sí a una madre!
Stein se hallaba en una pequeña antesala. Estaba abierta una puerta que daba a una sala contigua. Stein se acercó a ella. Apenas habían echado sus ojos una mirada a lo interior de aquella pieza, cuando quedó inmóvil y como petrificado.
Palabra del Dia
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