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Actualizado: 19 de mayo de 2025
No me atrevo ya, dixo el enano, á creer ni á negar cosa ninguna; procuremos examinar estos insectos, y discurrirémos luego. ¡Que me place! respondió Micromegas; y sacando unas tixeras, se cortó las uñas, y con lo que cortó de la uña de su dedo pulgar hizo al punto una especie de bocina grande, como un embudo inmenso, y puso el cañon al oido: la circunferencia del embudo cogia el navío y toda su tripulacion, y la mas débil voz se introducia en las fibras circulares de la uña, de suerte que, merced de su industria, el filósofo de allá arriba oyó perfectamente el zumbido de nuestros insectos de acá abaxo, y en pocas horas logró distinguir las palabras, y entender al cabo el francés.
Eran dos hombres valientes de veras que se echaban a temblar en cuanto sonaba un trueno. Ripamilán, aunque algo sordo de algunos años acá, había oído perfectamente la descarga de las nubes y ya se sentía mal. No tenía bastante confianza para pedir un colchón con que taparse la cabeza, según acostumbraba hacer en su casa.
4 Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos que adoraban grande multitud, y mujeres nobles no pocas. 6 Mas no hallándolos, trajeron a Jasón y a algunos hermanos a los gobernadores de la ciudad, dando voces: Que éstos son los que alborotan el mundo, y han venido acá;
Sin etiqueta, señores, exclamó Braulio, y se echó el primero con su propia cuchara. Sucedió á la sopa un cocido surtido de todas las sabrosas impertinencias de este engorrosísimo, aunque buen plato: cruza por aquí la carne; por allá la verdura; acá los garbanzos; allá el jamón; la gallina por derecha; por medio el tocino; por izquierda los embuchados de Extremadura.
Eso será entre vosotros me contestó con su aire chancero de costumbre , avezados a vivir entre cristales; ¡pero entre los montunos de por acá!... ¡Pobre de tu tío Celso el día en que no pueda desayunarse con una tripada de esa gracia de Dios! Pero, vamos a ver, ¿y tú? ¿te has desayunado ya con algo más de tu gusto? Porque no falta de ello en casa, como te dije anoche.
Se ha ofendido la damisela, dijo un campesino. Venid acá, señor físico, y sangrad á este querubín antes que se nos desmaye. ¡Seguid vuestra canción, maese Lucas, que no hay tilde que ponerle! ¿Estamos en una venta ó en el salón de mi señora la baronesa?
Sobre esto se habló mucho, y el forastero sacó a relucir otras cosas. «Yo de mí sé decir que cuando paso la frontera para acá recibo las más tristes impresiones. Habrá algo que admirar; a mí se me esconde, y no veo más que la grosería, los malos modos, la pobreza, hombres que parecen salvajes, liados en mantas; mujeres flacas... Lo que más me choca es lo desmedrado de la casta.
Veinte hombres a la vez no podían levantar la piel crinuda, en la que era de a vara cada crin. Y nadie ha de decir que no es verdad, porque en el museo de San Petersburgo están todos los huesos, menos uno que se perdió; y un puñado de la lana amarillosa que tenía sobre el cuello. De entonces acá, los pescadores de Siberia han sacado de los hielos como dos mil colmillos de mamut.
Y entrados en el siguiente aposento hallamos los muebles revueltos, y algunas prendas de ropas esparcidas, con más un ejemplar impreso del arte de cocina, pastelería, bizcochería y conservería que ha compuesto el dicho cocinero mayor; y pasando á las otras habitaciones, las hallamos en el mismo desorden, y á la ventana de una de ellas, atado un pañuelo encarnado de algodón; y en otra habitación más interior hallamos un gran cofre descerrajado á viva fuerza de sus tres cerraduras, y el cofre vacío y sobre la mesa algunos papeles y libros de dinero puesto á ganancia; y otrosí: halláronse dos espadas y un arcabuz, y examinadas aquéllas y éste, hallóse ser de la marca que mandan las pragmáticas; y otrosí: acá y allá esparcidos halláronse seis doblones de á ocho y cuatro escudos de cruz, y veinte maravedises de plata, de todo lo cual y de los muebles y efectos se hizo el inventario adjunto y quedó entregado de todo el dicho excelentísimo señor mayordomo mayor, por cuyo mandato libro la relación presente de que doy fe.
Tomé por las calles más apartadas y solitarias, temeroso de que las gentes me vieran a caballo. «¡Charrito de barro, charrito de agua dulce!... dirían. ¿De cuándo acá?» La idea de que podía yo ser objeto de risas y de burlas me atormentaba cruelmente. Ya me parecía oir a los murmuradores villaverdinos en la botica de don Procopio. ¿Saben ustedes la gran noticia?
Palabra del Dia
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