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Actualizado: 14 de julio de 2025
Fuí vendida, es cierto; pero amé con toda mi alma al dueño que me compró, y el ingrato ahora me abandona por una muger de linage, porque el profeta le autoriza á tener á un tiempo mugeres y esclavas ; y no contento con arrancarme un corazon que la ley natural habia ya hecho todo mio, me vende á un hombre que aborrezco pudiéndome tener consigo !
Don Silvestre se hubiera largado muy serio sin decir una palabra más; pero su amigo, agarrándole por las haldillas del chaquetón, le rogó que le escuchara. «Has hablado, Silvestre, como un libro; y guárdeme Dios de refutar lo más mínimo de tu discurso. Pero sabe que yo también reniego de la corte, y que la aborrezco con todos mis sentidos.
Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, y me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para entretener la vida, que ya aborrezco.
Quiero irme para no verte, para olvidarte... porque te odio, ¡te aborrezco!... Luego, agregó en tono de regaño: Vaya usted a la sala: vaya usted a saludar al señor cura. Ya preguntó por usted. ¿Preguntó por mí? Sí; quiere conocer esta buena alhaja. Y cambiando de acento, festiva y urgente: ¡Anda, anda! Te verían entrar y dirán que estás aquí, charlando conmigo. Déjame, que deseo acabar.
«Esto no es vivir continuó Doña Francisca agitando los brazos . Dios me perdone; pero aborrezco el mar, aunque dicen que es una de sus mejores obras. ¡No sé para qué sirve la Santa Inquisición si no convierte en cenizas esos endiablados barcos de guerra!
Decía usted que la niña.... ¡Soy cuerno! señor mío; y usted dispense. A mí no hay que ponerme motes. Aborrezco los sistemas. Lo que digo es que sólo creo en la bondad que da la naturaleza; a un árbol la salud ha de entrarle por las raíces... pues es lo mismo, el alma.... Y seguía filosofando para venir a parar en que Anita era la mejor muchacha de Vetusta.
¡Cállese usted, madre! dijeron ambas mozas. ¡Oh, son muchos los que piensan como yo! insistió la vieja. Reclinado en cómodo sillón, de brazos, me reía al oírlas. Lo que es yo declaró la menor de las hijas, una rubia regordeta y sonriente, aborrezco a Miguel el Negro. ¡A mí déme usted un Elsberg rojo, madre! Del Rey dicen que es tan rojo como... como...
Jacobo, estoy á tu discreción; haz de mí lo que quieras... ¡Aborrezco á Sorege! Ayer, todavía, me violentó y prefiero morir á ser suya, sobre todo ahora, que te he vuelto á ver, ¡Jacobo! Tú eres el mismo de siempre, generoso y bueno... Tú no me has denunciado, aunque has adivinado mi crimen... ¡Compréndelo bien! Hasta cuando te perseguía con mi odio, te amaba, Jacobo...
¿Qué estáis diciendo? He tenido celos de una mujer cuando creí amar á don Rodrigo... ahora... ¡ahora le aborrezco! Hacéis mal. ¿Que hago mal? ¿Sabéis para qué llamaba la reina á Calderón en aquellas cartas? Quevedo hablaba á bulto, porque como saben nuestros lectores, no las conocía. ¿Para qué llama una mujer á un hombre? Margarita de Austria, más que mujer es reina.
De ese otro a quien odio y aborrezco, también tenemos que hablar; pero quien me importa verdaderamente, eres tú. Ya lo estás viendo: me has dicho que el niño nada tiene que ver conmigo, y sigo diciéndote que no puedo vivir sin ti. ¿Pues qué recurso sino conformarse? ¡Si fuera en Francia! Sí, allí creo que se casan y se descasan como perros.
Palabra del Dia
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