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Esta feroz decisión que expresaba muy bien la nativa incompatibilidad de sus preciosas manos con los bigotes masculinos abatió por completo el ánimo ya muy alterado de Tristán. Hágame usted el favor de no poner esos ojos de besugo a medio asfixiar. ¿Lo oye usted? A no me gustan los besugos ni crudos ni guisados... ¡Hable usted...! ¡Hable usted en seguida...!

Demetria ha desaparecido y debes de saber algo de ella. ¡ lo que sepas ahora mismo! No de ella ni la he visto hace tres días respondió la Pura con voz temblorosa. ¿Entonces por qué me has mandado venir? Ya te he dicho que era una chanza. El rostro del mozo se contrajo aún más terriblemente. Clavó una larga mirada amenazadora en Pepa que abatió la suya al suelo.

Pero el recuerdo de su jefe abatió las ilusiones del ingeniero. ¿Que dirá tu padre cuando conozca nuestros amores? Ya conoces por mis cartas la inquietud que esto me causa; me roba el sueño muchas veces... ¿Y tu madre? ¡Qué miedo la tengo!... Somos muy felices amándonos, pero el porvenir nos guarda muchos dolores. ¡Si todos en tu familia fuesen como el doctor!...

Mas el tiempo en que permanecí indeciso fue suficiente para que el cura se marchara y, tosiendo hasta reventar, se alejase hacia el altar mayor, donde su negra silueta se abatió para alzarse de nuevo y salir por la puertecita lateral. La iglesia quedó al fin verdaderamente solitaria. Mis ojos, habituados ya a la oscuridad, podían explorar todos sus rincones.

Pero de nuevo el resultado fue ininteligible, pues no fue más que un grupo de letras enigmáticas engañadoras y decepcionantes. Recordé lo que mi amigo, perito en la materia, me había dicho, y mi corazón se abatió profundamente.

Lo absurdo del deseo la decidió. Ella iría también: le interesaba ver La Rinconada. Gallardo sintió miedo. Pensó en las gentes del cortijo, en los habladores, que podrían comunicar a la familia este viaje. Pero la mirada de doña Sol abatió todos sus escrúpulos. ¡Quién sabe!... Tal vez este viaje le devolviera a su antigua situación. Quiso, sin embargo, oponer un último obstáculo a este deseo.

Así en otros tiempos en circo estendido El fuerte guerrero yacia caido Y el carro que hollaba seguir triunfadorEl centinela atento le escuchaba Y el corazon guerrero arder sintió, Y aquel fusil que al frente presentaba Rendido hasta sus plantas abatió. «Envueltos sus restos por patria bandera Encuentren al menos en tierra estrangera La tumba que al mártir su patria negó.

Tanto andar aquella mañana, y sin resultado, abatió su ánimo; además, no había probado bocado y sentía un amargor en la boca y un desfallecimiento en el estómago... ¡Pero buenos eran los momentos para pensar en cuestiones de bucólica! aunque de bucólica se trataba, la más grave y pavorosa de las cuestiones... La Bolsa presentaba un aspecto imponente; un rumor inmenso llenaba el vasto local, como huracán que ruge en la selva, y la atmósfera parecía cargada de tanta electricidad, que era inminente el incendio, si estallaba la chispa.

La revolución hubiera abatido á Nerón, á Felipe II, y no abatió á Fernando VII. Es porque este hombre no luchó nunca frente á frente con sus enemigos, ni les dió campo. No fué nuestro tirano descarado y descubiertamente abominable; fué un histrión que hubiera sido ridículo á no tratarse del engaño de un pueblo.

Sin duda otras mujeres andaban en aquel torpe lío... Pensó en las prenderas, en las peinadoras, en los chismes y enredos que forman invisible tela de araña en torno de toda existencia equívoca e inmoral; y la ignominia de un hecho tan poco noble abatió por un instante el orgullo de su alma. «Hace usted un bonito uso de mi dinero» dijo Botín.