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Actualizado: 2 de mayo de 2025


¡Ah, pensó Adriana, encantarse conmigo, ellas que viven en un continuo encantamiento! Y siguió leyendo, ávidamente. Carmen le refería que casi siempre estaban solas, que rehuían toda relación con mozos, a causa de cierta manía o preocupación de Zoraida, toda una historia muy dolorosa, que ella prometía contarle.

Lo primero que hizo Dunstan, después de una sucesión de pensamientos acelerados por el aguijón de la codicia, fue dirigirse al lecho, pero a la vez que caminaba sus miradas recorrieron ávidamente el suelo, cuyos ladrillos, iluminados por el fuego, se veían a través de la arena esparcida encima de ellos. Sin embargo, no eran visibles en todas partes.

¡Por San Cristóbal bendito! exclamó el marino con voz gozosa y mirando ávidamente en la dirección indicada. ¡Es La Tremblade! ¡Y yo que creía no haber pasado de Olorón! Allí, frente á nosotros, está la desembocadura del Garona, y una vez pasada la barra habrá desaparecido el peligro. ¡Orza, muchachos! ¡Timón á babor!

Presa de una especie de éxtasis, Liette contemplaba ávidamente aquella inmensidad hinchada de vida, aquella buena nodriza que vierte a sus hijos la salud, el vigor y la fuerza y que iba acaso a devolverle su madre. Y la joven juntaba las manos en un ademán de ferviente súplica. ¿Llegamos pronto? preguntó la de Raynal después de una mirada vaga y distraída al maravilloso cuadro.

Entonces se le ocurrió la idea de apresurar su curación ingiriendo una buena cantidad de yodo sin permiso del doctor. Preparó el aparato, lo aproximó a su cama y bebió ávidamente el vapor violáceo, con alegría; no experimentaba disgusto ni fatigas; aquello era la vida que entraba a borbotones en su cuerpo.

¡Ah, los terribles recuerdos! Rafael se revolvía en la cama, creyendo sentir todavía en sus manos el contacto sedoso de las misteriosas interioridades tanteadas ávidamente en la fiebre de la lucha; se imaginaba tener ante sus ojos aquella rápida visión de nieve sonrosada, entrevista como a la luz de un relámpago, mientras el iracundo pie le oprimía el pecho... y revolviéndose furioso entre las sábanas rugía de pasión, mordiendo la almohada: ¡Leonora! ¡Leonora!

Pero ellos no le dejaban reposo; lejos de eso, le seguían con más tenacidad y más de cerca, le chupaban más y más ávidamente, hasta la médula, todo el vigor de su juventud. ¿Y de qué le servía dominarlos, si alguna vez lo conseguía? A esa hidra le brotaban sin cesar nuevas cabezas.

Ella le escuchó con una expresión de duda y extrañeza, como si no le entendiese. Se adivinaban en sus ojos los esfuerzos de un trabajo mental profundamente removedor. «¿Moreno? ¿Quién podía ser este Moreno? ¡Ella había conocido tantos hombresComo si apelase al auxilio de un medicamento se sirvió una nueva copa, bebiéndola ávidamente, y su rostro pareció iluminarse al sonreir.

Los otros padrinos se habían ido más lejos aún; los tres chóferes, enterados al fin del objeto de la correría, se agrupaban al pie de un peñasco, avanzando las morenas cabezas, abriendo los ojos ávidamente, pero sin que éstos reflejasen emoción alguna. Los dos argentinos seguían en lo alto de la roca, con las piernas colgantes, silenciosos y atentos como espectadores que ven levantarse el telón.

Manos Duras pareció inquietarse de pronto por un nuevo peligro que presentía cerca de él, y miró ávidamente á un lado y á otro. Pero el miedo al enemigo más inmediato, que era el estanciero, hizo que no pensase mas que en éste, continuando sus disparos.

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