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Algunas galeras nuestras acertaron á dar fondo junto al armada, y en descubriéndola hicieron trinquetes y se metieron en huída, y así vinieron otras muchas á hacer lo mismo, de mano en mano; y siendo ya todas á la vela, trabajaban por salir á la mar, teniéndose á la orza cuanto podían, por hallarse muy dentro y sotavento del armada de los enemigos.

A costa de grandes sudores conseguían un ligero balanceo del gran navío que tripulaban y entonces era cuando se creían bogando a toda vela por mares nunca navegados. Germán gritaba: ¡Orza!... ¡a babor, a estribor! ¡hombre al agua!... ¡un tiburón!... Pero tampoco era aquello lo que quería Anita; quería marchar de veras, muy lejos, huyendo de doña Camila.

dijo . Estamos cerca de tierra o de un escollo. Esperemos un relámpago. No tuvo que esperar mucho. A poco un brillante relámpago rasgaba las nubes, iluminando el golfo hasta los extremos límites del horizonte. Una orden precisa y terminante salió de los labios del Capitán: ¡Escollera ante nosotros! ¡Orza la barra, Van-Horn!

¡Por San Cristóbal bendito! exclamó el marino con voz gozosa y mirando ávidamente en la dirección indicada. ¡Es La Tremblade! ¡Y yo que creía no haber pasado de Olorón! Allí, frente á nosotros, está la desembocadura del Garona, y una vez pasada la barra habrá desaparecido el peligro. ¡Orza, muchachos! ¡Timón á babor!

»Mas, como pocas veces, o nunca, viene el bien puro y sencillo, sin ser acompañado o seguido de algún mal que le turbe o sobresalte, quiso nuestra ventura, o quizá las maldiciones que el moro a su hija había echado, que siempre se han de temer de cualquier padre que sean; quiso, digo, que estando ya engolfados y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto baja, frenillados los remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna, que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que, con todas las velas tendidas, llevando un poco a orza el timón, delante de nosotros atravesaba; y esto tan cerca, que nos fue forzoso amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de timón para darnos lugar que pasásemos.

El día muere, el velamen muge, las olas crecen, la humedad entumece los miembros y las dulces ilusiones se convierten en tristes realidades, al ver solo inmensidad en nuestra alma, inmensidad bajo nuestros piés é inmensidad sobre nuestras cabezas. ¡Orza! De vuelta y vuelta. Tiempo duro. Siniestros preparativos. Falta de crepúsculo La piel de zapa. ¡El tifón! Baja de barómetros.

Y sentándose los dos al paso que lo decían, fué todo uno, trayéndoles el Ventero la porción susodicha, con todas sus adherencias y incidencias , y comenzaron a comer en compañía de los estranjeros, que el uno era francés, el otro inglés, el otro italiano y el otro tudesco, que había ya pespuntado la comida más aprisa a brindis de vino blanco y clarete, y tenía a orza la testa , con señales de vómito y tiempo borrascoso, tan zorra de cuatro costados , que pudiera temelle el corral de gallinas del Ventero.

Pero yo, bien porque la sangre juvenil no podía aplacarse fácilmente, bien porque no observé a tiempo la entrada de mi ama, seguí en medio del cuarto demostrando mi enajenación con frases como éstas, pronunciadas con el mayor desparpajo: ¡la mura a estribor!... ¡orza!... ¡la andanada de sotavento!... ¡fuego!... ¡bum, bum!... Ella se llegó a furiosa, y sin previo aviso me descargó en la popa la andanada de su mano derecha con tan buena puntería, que me hizo ver las estrellas.

Le pones en la mesa la orza, y que se harte; a ver si lo acaba. Está fermentando y no hay quien lo pase... Si el señorito Maxi viniese antes de que esté de vuelta, le pones de principio una de las dos chuletas de ternera, la más crecidita, y de postre le sacas las pastas que trajo el bollero esta mañana, y la carne de membrillo que yo tomo. Conque a ver si lo haces todo al revés».

Pobre María Rosario! Horas de agonía. Las seis de la tarde del cinco de Agosto. ¡Una pulgada de descenso! Salida de la luna. Esperanzas Fúnebres fechas. El Malespina. Cuatro días sin comer. La voz de ¡orza! fué la salutación que recibió mi despertar el día 4. Parece que orzamos, ¡eh! le dije con tono malicioso al Padre Recoleto, compañero de camarote.